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XIX Domingo TO A

El murmullo de una brisa suave

Nos encontramos en el tiempo ordinario. En este periodo la Iglesia nos invita a hacer presente a Dios en nuestra vida cotidiana. Los tiempos litúrgicos fuertes son ocasión para el encuentro extraordinario con el Señor. Pero el tiempo ordinario nos enseña a encontrar a Dios en el día a día haciendo de lo ordinario algo extraordinario.

Esto lo vemos en la primera lectura tomada del libro de Reyes. Se relata uno de los encuentros con Dios en el AT más hermosos. El protagonista es el profeta Elías quien había defendido el culto a Yahvé con todas sus fuerzas. El autor sagrado nos dice que Elías se dirige al monte del Señor; el Horeb. Este monte había sido el lugar en el que el pueblo de Israel, en el desierto, había experimentado una de las más grandes teofanías de Dios. Ahí Dios había ratificado con el pueblo todo lo que San Pablo en su carta a los romanos menciona: la alianza, la ley, el culto y las promesas.

Nos damos cuenta de que este no es un monte cualquiera. Es El monte por excelencia en donde Dios, de manera extraordinaria, se había manifestado al pueblo. Según la tradición esa teofanía del Sinaí había contenido todos los fenómenos naturales que experimenta Elías en ese mismo monte: el viento, el terremoto y el fuego. Pero ahora hay una diferencia. Dios no estaba en ninguno de esos fenómenos naturales. En la teofanía a la generación del éxodo esos habían sido signos mediadores de la presencia de Yahvé. Pero ahora no era así.

El autor sagrado nos indica que Dios está en el murmullo de una brisa suave. Dios no se encuentra en los grandes fenómenos naturales, sino que en la pequeñez. De hecho, la traducción más literal del texto en hebreo sería: una voz suave del silencio. Dios se manifiesta y hace oír su voz claramente, pero de manera irónica esa voz es a penas perceptible y habla en el silencio.

Esto nos conecta con la reflexión sobre el tiempo ordinario de la liturgia. Se puede decir que el tiempo ordinario se identifica a esa voz suave del silencio en la que Dios nos habla. El tiempo de adviento, de Navidad, de cuaresma y sobre todo el de pascua son esos momentos de gran manifestación de Dios identificada con esos fenómenos naturales que experimenta Elías. Pero la vida no está llena de momentos extraordinarios, al contrario, más bien de encuentros frecuentes con la voz de Dios que se muestra en el silencio.

Jesús nos lo muestra con su ejemplo. En el Evangelio según Mateo se nos relata que después de haber hecho un gran prodigio: la multiplicación de los panes y antes de realizar otro gran prodigio: caminar sobre las aguas, Jesús se retira a orar. Él lo que hace es subir al monte, a solas, para encontrarse con la voz suave de Dios que se le manifiesta en el silencio de la noche.

Pidamos a Dios la gracia para no querer grandes y maravillosas manifestaciones de su poder sino que lo busquemos en el silencio: «Padre de bondad en este tiempo ordinario manifiéstate a mí con esa voz suave del silencio en lo más profundo de mi intimidad. Que no quiera encontrarte en las grandes obras o fenómenos naturales. Que no espere lo extraordinario perdiéndome así de tu constante y estable manifestación en la cotidianidad. Amén»

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