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Rasgad los corazones y no las vestiduras

           

«Rasgad los corazones y no las vestiduras». Es así como nos indica el profeta Joel en su profecía y es así como la Iglesia nos propone vivir la cuaresma. Este mes iniciamos el periodo litúrgico de la cuaresma. Tiempo de conversión profunda y de gracias por parte de Dios a través de la Iglesia. Pero para ello tenemos que aprender a rasgar nuestros corazones, no solo nuestras vestiduras.

Introducción:

Un miembro de la familia puede leer en voz alta la siguiente introducción.

Como familia reunida estamos iniciando el tiempo litúrgico de la cuaresma. Es por eso que queremos juntos pedir perdón a Dios por nuestras faltas y pecados. Queremos aprender a rasgar nuestro corazón y no nuestras vestiduras. A manifestar externamente nuestro necesidad de misericordia y pedir a nuestra familia que nos ayude a restaurar nuestra vida siendo imagen del amor incondicional de Dios que todo lo perdona.

Lectura:

Se lee en familia el salmo 51: Miserere

Reflexión individual y familiar:

Se pueden servir de estas ideas para reflexionar sobre el texto antes leído.

El Salmo que se ha recitado en familia nos lleva de la mano para realizar un proceso de conversión. Es por eso que se tomarán algunas frases del salmo para reflexionar en ellas y para permitir que la gracia de Dios nos vaya conduciendo para aprender a rasgar nuestro corazón y no nuestras vestiduras.

Misericordia, Dios mío, por tu bondad

Esta es la primera frase del salmo y nos ayuda a comprender el primer paso de la conversión. La palabra traducida por misericordia viene del hebreo jesed. Esta palabra se utiliza para hablar del amor de Dios en el contexto de la ruptura de la alianza. Dios ha hecho una alianza con nosotros y nuestra respuesta ha sido de infidelidad. El no haber cumplido con la alianza hace que vivamos en una situación de lejanía de Dios que nos daña a nosotros mismos. Es bueno ver nuestro interior y nuestra propia historia y reconocer ese daño que nos hemos hecho a nosotros mismos por nuestra lejanía de Dios y por nuestro pecado. 

Para la mentalidad hebrea las personas que imploraban jesed, es decir, misericordia o bondad eran aquellas que se veían impedidas a cambiar su situación. Sabían que por sus propias fuerzas no podían revertir el daño hecho a los demás y a ellos mismos. Es por eso que lo único que les quedaba era implorar a Dios misericordia. Esto se hacía con un gesto externo. Para expresar el dolor por las propias faltas y la incapacidad de cambiar la propia situación se rasgaban las vestiduras. Era un modo de mostrar externamente lo que el corazón padecía; una ruptura.

Nosotros reconocemos que estamos en una situación similar. Al ver el daño interno provocado por nuestras faltas y pecados vemos que nuestro corazón esta rasgado. El gesto externo de rasgar las vestiduras solo muestra lo que en realidad experimenta el corazón. Nuestro corazón está rasgado y por lo tanto solo podemos gritar con fuerza: Misericordia, Dios mío, por tu bondad.

Lava del todo mi delito, limpia mi pecado

Habiendo reconocido nuestro pecado y nuestro corazón roto es momento de recibir la purificación por parte de Dios. Dios no solo nos ve rotos y se compadece sino que interviene. Al ver nuestro corazón rasgado lo viene a restaurar y lo hace a través de la purificación. La pureza para el pueblo de Israel era una de las realidades más importantes. Para ellos solo se podía estar en la presencia de Dios que es Santo si se estaba purificado. Por lo tanto, para mantenerse en comunión con Dios y ser un pueblo santo, es decir, pueblo de la propiedad de Dios, tenían que mantenerse puro.

Por un lado había una purificación ritual externa a través del agua que lava y purifica. Y por otro lado había una purificación interna de las maldades, iniquidades y pecados. Nosotros necesitamos esa purificación interna que es comprendida como restauración. Dios quiere que esas vestiduras rotas o ese corazón roto sea restituido y restaurado. Y lo hace a través de la purificación.

Dios, con el agua de su gracia que encontramos en los sacramentos, nos restaura. Pero también quiere que aprendamos a restaurarnos los unos a los otros. La familia es ese ámbito en el cual nos podemos restaurar. Los lazos familiares son los más fuertes. Es ahí donde encontramos el apoyo de los que mas nos aman hagamos lo que hagamos. Su amor incondicional nos purifica y restaura. Es a través del perdón que la familia va restituyendo los corazones heridos de los miembros de su familia. Dios se sirve de las manos y del corazón de la familia para purificarnos y volver a coser nuestro corazón rasgado por el pecado.

Actividad simbólica:

Después de leer esta reflexión se les invita, a cada miembro de la familia, a tener un pedazo de tela cortado en forma de corazón. Ahí escribir las faltas cometidas a algún familiar y hacer un gesto simbólico de rasgarlo por la mitad. En el momento en que cada uno rasga la tela puede decir en voz alta: «Misericordia, Dios mío, por tu bondad». Después cada miembro de la familia pasa las dos piezas de tela, símbolo de su corazón rasgado, a otro miembro de la familia quien está invitado a coser las dos partes. Es así como se manifiesta de manera externa la restauración realizada por el amor incondicional de la familia. 

Oración:

Se termina este momento con una oración que pueden recitar todos juntos en voz alta.

Dios misericordioso y de bondad, en este inicio de la cuaresma venimos ante ti para pedirte perdón por nuestras faltas y pecados. Nuestra debilidad ha rasgado nuestro corazón y necesitamos restauración y purificación. Por eso te pedimos que en familia sepamos amarnos con incondicionalidad para ayudarnos los unos a otros a restituir nuestros corazones heridos a través del perdón. Amén





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