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Orar con los santos

San Agustín

 

El mes de agosto recordamos a un gran padre de la Iglesia de Occidente que vivió en el siglo IV: San Agustín. Nació en 354 en África del Norte y fue educado en el cristianismo. Sin embargo, sus ideas le llevaron a formar parte de la secta de los Maniqueos. Después de una larga búsqueda San Agustín finalmente regresó a la fe más convencido que nunca y llegó a ser Obispo de Hipona y posteriormente nombrado doctor de la Iglesia.

 

Lo primero que se puede aprender de San Agustín es su búsqueda incansable por la verdad. Él, desde niño recibió una educación en gramática y retórica hasta llegar a ocupar la cátedra de Retórica de la Casa Imperial de Milán. En su búsqueda por la verdad, Dios le salió al encuentro. Dios iluminó su inteligencia con la verdad de su doctrina a través de las predicaciones del Obispo de Milán, San Ambrosio. Fueron sobre todo los textos de San Pablo los que le hicieron dejar a un lado la filosofía y la herejía para abrazar con su inteligencia la fe cristiana la cual le produjo una profunda atracción.

 

Pero no fue solo su inteligencia la que fue conquistada, sino que sobre todo su corazón. Él llegará a escribir en su autobiografía, llamada Las Confesiones, lo siguiente: «Grande eres Tú, Oh Señor, digno de alabanza… Tú nos has creado para Ti, Oh Señor, y nuestros corazones estarán errantes hasta que descansen en Ti». Con esta frase se puede constatar que no solo su inteligencia estaba en búsqueda, sino que sobre todo su corazón. Y finalmente encontró en Dios el descanso a su corazón inquieto que había probado todo lo que el mundo le podía ofrecer y aún así no se saciaba.

 

Es así como llegará a escribir una bellísima oración reconociendo que tarde había encontrado al Señor y tarde lo había amado. En esa oración, San Agustín, afirma que había buscado a Dios fuera, en lo creado, pero que no se daba cuenta que Dios estaba dentro. Dios estaba con él siempre, desde el inicio de su vida, habitando en su intimidad. 

 

Para expresar la manera en que Dios le salió al encuentro, San Agustín utiliza de manera poética todos los sentidos reconociendo que Dios se le manifestó a través de la audición, la vista, el olfato, el gusto y el tacto. San Agustín llegará a afirmar que Dios lo llamó y clamó y finalmente abrió sus oídos para escucharlo liberándolo de su sordera. Dios se manifestó en su vida con brillo y resplandor quitando de esta manera su ceguera. Además, le hizo percibir su perfume el cual aspiró y le provocó una satisfacción que anheló para siempre. También Dios le salió al encuentro alimentándolo con su Eucaristía haciéndole sentir hambre y sed de Él. Y finalmente, Dios tocó a San Agustín y lo llenó de la paz que solo procede de Él.

 

De esta manera nosotros también estamos invitados a buscar a Dios con nuestra inteligencia y con nuestro corazón. Y esperar a que Dios se manifieste. Él vendrá a saciar todos nuestros sentidos de manera espiritual como lo hizo con San Agustín. Quitará nuestra ceguera, nos permitirá ver su luz, su claridad y su verdad, nos llenará de su delicioso perfume, saciará nuestra hambre y tocará nuestra alma con su paz. 

 

Hagamos una oración en familia para pedir que Dios se manifieste en nuestra vida como lo hizo en la de San Agustín siguiendo esta guía.

 

Guía: En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. Nos reunimos en familia para aprender de San Agustín a buscar a Dios y a descubrir la manera en que sale a nuestro encuentro. 

 

Lector 1: «¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebraste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume, y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseo con ansia la paz que procede de ti.» San Agustín de Hipona. Las Confesiones

 

Lector 2: El día de hoy, en familia, queremos decidirnos a buscar a Dios. Nuestra inteligencia y nuestro corazón están inquietos. El mundo nos ofrece lo que parece atractivo, pero de alguna forma somos conscientes de que todo eso es pasajero. Nuestra inteligencia busca la verdad y nuestro corazón inquieto busca el amor. Y ha encontrado un poco de verdad y un poco de amor en el mundo que le rodea; en las creaturas. Pero hoy, nos decidimos a buscar a Dios para que Él nos de el descanso que tanto busca nuestra inteligencia y nuestro corazón.

 

Lector 3: Padre bueno, como San Agustín, te hemos buscado fuera. Te hemos buscado en las creaturas, pero solo hemos encontrado un reflejo. Te pedimos que nos hagas descubrirte en la intimidad. Haznos comprender que tú estás con nosotros siempre. Que tú vives en nosotros y desde ahí manifiestas tu belleza y verdad. Ayúdanos a introducirnos a lo profundo de nuestra alma para encontrarte ahí y unirnos en intimidad contigo.

 

Se pueden dejar unos minutos de silencio para la meditación personal.

 

Oración:

Para que todos puedan participar en la oración es bueno tener una copia para cada miembro de la familia.

 

«San Agustín, venimos en familia a pedir tu intercesión. Nuestro corazón, así como el tuyo, está inquieto. Buscamos algo o quizá a Alguien. Te pedimos que nos enseñes a escuchar el clamor del Padre. A ver la luz de la Gloria de Dios. A exhalar el dulce perfume del Espíritu. A gustar y saborear a Jesús hecho pan Eucarístico que se nos da en alimento. Y a dejarnos tocar por el dedo de Dios que llena nuestra vida de paz. Así descubriremos al Dios vivo que nos sale al encuentro como lo descubriste también tú. Amén.»

 

Actividad simbólica:

Al terminar la oración cada uno puede dibujar uno de los cinco sentidos: la audición, la vista, el olfato, el gusto y el tacto. Después puede compartir en familia cómo Dios se ha manifestado en su vida a través de ese sentido.



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