La sed de intimidad es sed de Dios.
Una de las experiencias que tiene todo ser humano es el deseo de intimidad, de comunión, de encuentros profundos que sacien la sed de amor. Esta comunión se ve reflejada en nuestras relaciones. Son reducidas las personas con las que tenemos esta clase de intimidad ya que requiere una confianza, un camino de relación, pruebas de un amor verdadero. Entonces es cuando permitimos a otro entrar en contacto con nuestra vida íntima, ya sean nuestros deseos, nuestros pensamientos, nuestros sentimientos. Esto lo vivimos con nuestros familiares más cercanos, con algún buen amigo pero sobre todo con la propia pareja. Ahí es donde se expresa en plenitud este amor de intimidad que lleva a la unión incluso corporal. Sin embargo, todos hemos hecho la experiencia de que estas relaciones no sacian del todo nuestra sed de intimidad. Es por eso que la revelación nos muestra el amor de un Dios para el que hemos sido creados. Él si saciará nuestros deseos más profundos de comunión.
El amor íntimo de Dios al hombre
En la relación con Dios, el cristiano está llamado a construir este tipo de trato íntimo de comunión con Él. Es un don inmerecido que Dios concede al corazón del hombre que ha optado por amarle y entregarse a Él por entero. Este don de unión íntima con Dios es una prefiguración del cielo. En la eternidad entraremos a formar parte de la comunión plena con Dios. Aquí́ en la tierra Dios nos permite vivir esta realidad, no de modo definitivo y pleno, pero en preparación al encuentro último con Él en el cielo.
¿Cómo podemos descubrir el amor de Dios hacia nosotros? ¿Qué aspectos tiene esta relación? La respuesta a estas preguntas no puede ser teórica, es decir, tiene que ser vivencial. Hay que suplicar a Dios que nos manifieste su amor de intimidad para que no se quede en la teoría sino que en una real experiencia del amor de Dios. En este apartado intentaremos presentar algunos aspectos del modo de amar de Dios que pueden ser pautas para nosotros para entender cómo es nuestra relación con Él y para suplicarle, si no lo hemos experimentado así, que nos muestre su amor en la oración.
El amor personal de Dios
El primer aspecto del amor de Dios es que es un amor personal. Dios se ha entregado por entero a su pueblo siendo este el don más grande que ha concedido al hombre, es el don de sí mismo. Los demás dones son consecuencia de esta entrega personal: la creación, la alianza, la liberación, la ley, la tierra prometida (cf. Sal 136). Todos estos dones en el fondo apuntan al don personal de Dios al hombre. La expresión más plena de este amor personal es la encarnación. En Cristo, Dios se nos dio por entero (cf. Jn 19, 30). Tomó un cuerpo (cf. Jn 1, 14) para después entregarlo al hombre en la cruz. Asumió un corazón de carne para sentir y querer con la afectividad de un corazón humano. Finalmente, se dio al hombre en un nivel espiritual, es decir, con un amor de oblación total en la Eucaristía. El don total de Cristo al hombre que viene a su corazón y se une a Él. Le entrega todo su cuerpo como alimento y lo une a Él íntimamente (cf. Jn 6, 35).
El amor libre de Dios
La segunda cualidad es la libertad. Dios no tenía ni la obligación ni la necesidad de amar al hombre, pero lo amó. Eso hace que su amor sea gratuito y libre. Esto se puede ver reflejado en la alianza de Dios con el pueblo de Israel. Las Escrituras dicen que Dios no escogió al pueblo por ser el mejor y el más grande, sino al contrario. Lo escogió sabiendo que era el más pequeño de los pueblos (cf. Dt 7, 6-7) para hacer ver la gratuidad de su elección y de su amor. Él tomó la iniciativa de formar con el hombre una alianza de amor (cf. Gn 9, 9).
El amor fiel de Dios
En tercer lugar, Dios tiene un amor fiel al hombre. El profeta Oseas habla de la fidelidad de Dios a su pueblo. Hace énfasis en el amor fiel de Dios como esposo, a pesar de la infidelidad de su amada. “Te haré mi esposa para siempre; te desposaré en justicia y en derecho, en amor y en compasión; te desposaré en fidelidad, y tú conocerás a Yahvé” (Os 2, 21-22). Para Oseas el amor de Dios se muestra fiel aunque su pueblo haya caído en la idolatría. Toda la relación de Dios con su pueblo es esa constante petición de Dios de ser el Único Dios para los israelitas. Así́ es también el amor de Dios al corazón del hombre actual que busca otros ídolos. Aunque el hombre se prostituya y se aleje del amor total de Dios, Él se mantiene fiel.
La respuesta del hombre para que se realice la comunión
Ilustrado el amor de Dios al hombre, para que se pueda dar una intimidad, es necesaria una respuesta del hombre. La reciprocidad en las relaciones se da cuando las dos partes están decididas a comprometerse y entregarse a Dios. Es por eso que, aunque el amor de Dios supera la posible respuesta del hombre, es necesaria para que haya comunión. Esta respuesta del hombre debe tener los mismos aspectos del amor de Dios, es decir, debe ser personal, libre y fiel.
Amor personal, libre y fiel del hombre a Dios
Los hombres tienen que aprender a ofrecerse a Dios de manera personal, es decir, con toda su persona. A veces pensamos que la relación con Dios solo se realiza a nivel espiritual. Creemos que nuestra dimensión física y psicológico-afectiva no tiene que entrar en juego. A Dios se le ama de modo personal con la entrega física y afectiva, es decir, de nuestro tiempo, de nuestro cariño, de gestos sencillos y detalles humanos, de nuestra pureza.
También la respuesta debe ser libre. De hecho, la tragedia del hombre desde su origen es a causa de la libertad (cf. Gn 3). La opción que tiene el ser humano de darle la espalda a Dios es porque es libre. Dios se arriesga con el hombre al permitirle elegirlo o rechazarlo, sin embargo, era el único modo de que su plan sobre la relación personal con el hombre se llevara a cabo. Solo ama quien es libre; si no, sería una relación servil. Dios no quiere ese tipo de respuesta de nuestra parte, quiere que le amemos libremente como hijos, no como esclavos (cf. Gal 4, 7). Dios nos elige, Él tiene la iniciativa (cf. Jn 15, 16), pero el hombre decide si le responde o no.
Y también en esta dinámica de relación, el hombre tiene que aprender a ser fiel. El reclamo de Dios al pueblo de Israel en boca del profeta Oseas es muy fuerte: el pueblo se ha prostituido (cf. Os 2, 7). Y la invitación que hace el Apocalipsis a una de las siete Iglesias es recordar el amor primero (cf. Ap 2, 4). Dios lleva al alma al desierto para hablarle al corazón y reconquistarla (cf. Os 2, 16). Quiere que nosotros le amemos con ese amor fiel que no olvida el primer sí que le dijimos y que mantengamos su fidelidad para siempre.
Evidentemente, cuando hablamos de la respuesta del hombre a Dios siempre hay que tener en cuenta la debilidad y la fragilidad humana. Es Dios quien sostiene esta relación con su misericordia. El hombre tiene que constantemente acercarse al Dios que lo ama de modo incondicional suplicándole la fuerza para amar como esta llamado a amar.
La plenitud hacia la que conduce Dios en la oración de unión
La relación íntima con Dios lleva a la persona a la plenitud. Hemos hecho ver que todo ser humano está hecho para esta unión íntima. Por eso, el hombre que fomenta y busca este tipo de relación con Dios adelanta esta plenitud. Dios llena el corazón del hombre y lo sacia con su amor puro y tierno. Esto hace que las personas en su vida estén satisfechas, plenas, completas. No importa la cantidad de heridas o desamores humanos que puedan vivir. El amor de Dios todo lo cura, a esta plenitud están llamados todos. En el camino de la vida uno se va dando cuenta de que solo hay un amor capaz de saciar el corazón: el amor íntimo de Dios.
Por eso es importante buscar esta unión, comunión, intimidad con el Señor. Para ello nos puede ayudar esta oración:
“Señor Jesús, quiero reconocer en mí el amor íntimo de tu Sagrado Corazón que viene a mi corazón. Deseo unirme en intimidad contigo y mantenerme en esa unión todo el tiempo. Ámame con un amor personal. Entrégate por entero a mí, que tanto te deseo. No tienes obligación de amarme, pero te suplico que me ames. Tu amor el es lo que más ansío y es mi mayor seguridad. Posee mi alma y hazla tuya para siempre. Amén”