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Descubriendo el verdadero rostro de Dios

Los distintos rostros de Dios

Los cristianos caminamos en este mundo en búsqueda de Dios. Queremos, deseamos y necesitamos ver su rostro. A lo largo de la vida vamos dándonos cuenta que la imagen que tenemos de Dios no siempre coincide con la realidad. Es por eso que el Señor constantemente está haciéndonos ver su verdadero rostro. Según el modo en que vemos a Dios es la manera en que nos relacionamos con Él. Por eso es tan importante hacer esta constante súplica: “Señor, muéstrame tu rostro”.

¿Cuáles pueden ser los distintos rostros de Dios? ¿Qué imagen equivocada podemos tener de Él? Se puede concebir a Dios como un juez que ejercita su justicia de modo implacable. Un Dios que concede bienes a los buenos y males a los malos. Un Dios que manda desastres naturales para castigar al hombre por sus pecados. Quizá́ no pensamos de modo tan radical que Dios actúa de esa manera. El miedo puede ser señal que manifieste que en el fondo tenemos esa visión de Dios. Si nos da miedo Dios, lo que nos pueda pedir, la reacción que pueda tener por nuestras caídas y pecados, puede ser que nuestro modo de ver a Dios es el de un Dios castigador. También se puede pensar que a Dios se le tiene que ganar por los propios méritos. En el perfecto cumplimiento de la ley merecemos ser amados por Dios. Si somos los  cristianos, justos, cumplidores de los mandamientos, entonces somos amados por Dios. Y esto nos lleva a concebir a Dios como un justo juez que está sentado con la lista de nuestras fallas y nuestras buenas obras y decide si nos acepta o no, si me da su amor o no. Por último, podemos tener una visión de un Dios lejano. Aceptamos que Dios existe porque eso es hasta lógico. Pero Dios está por un lado y nuestra vida por otro. Concebimos a Dios sentado en su trono de Gloria observando el devenir de la historia sin ninguna intervención. Esta visión suele venir acompañada de pretender que Dios sea a la medida de las aspiraciones del hombre. Un Dios poderoso, un Dios potente, un Dios avasallador.

La experiencia de la paternidad en la orfandad

Identificar cuál es para nosotros el rostro de Dios es importante para dejar que Dios rompa nuestros esquemas y se pueda manifestar tal cual es. Para ello es clave la oración al Padre. Esta oración suele hacerse en momentos de la vida en los que por una razón o por otra experimentamos la orfandad. Ya sea una orfandad física, es decir, la pérdida de nuestros padres biológicos. O una orfandad moral, es decir, cuando nos damos cuenta que nuestros padres, aunque hayan intentado se los mejores, han tenido fallas y limitaciones. Entonces nuestro interior desea y busca alguien que lo ame con ese amor incondicional propio de un Padre. Y es cuando el Padre Bueno sale al encuentro del alma necesitada de su amor y de su presencia.

El don del Padre a nuestra alma

Ahora bien, cómo reconocer la presencia del Padre. La oración al Padre en el fondo es una oración de acogida de un Dios que se nos da. Es la presencia tierna de Dios que nos permite sentarnos en sus piernas como niños o que nos coloca en la palma de su mano y nos hace descansar en Él. Es esa sombra que nos cubre aunque no seamos del todo conscientes de que sea Él el que nos ha protegido. Para descubrir a Dios es bueno abrir el horizonte. ¿Dónde se nos manifiesta Dios?

Dios se nos da en la naturaleza

Dios se le muestra en lo sencillo, en lo ordinario, cotidiano, en la naturalidad de la vida. La oración al Padre nos permite encontrar la presencia de Dios en todo y acogerlo. Hay que aprender a acoger el don del Padre que se nos da en la naturaleza, por ejemplo. En un viento que choca con nuestro rostro, en un paisaje imponente de montañas, en el movimiento de las olas del mar, en un cielo azul, en una flor, en una mariposa, en todo.

Dios se nos da en nuestra vida cotidiana

Asimismo, hay que aprender a acoger el don del Padre que se nos da en la rutina y en la cotidianidad de la vida. Quien se sabe amado por el Padre sabe que Él está presente en su vida y esa certeza llena de sentido la rutina, lo cotidiano y lo ordinario. Dios está y eso basta. Es así́ como la oración al Padre se convierte en un “estar”: Yo con Él y Él conmigo.

Ayuda también acoger el don del Padre que se nos da en nuestra historia. El Dios que se reveló a Moisés en la zarza ardiente se presentó como el “Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob” (Ex 3, 6). El Dios que ha intervenido en la historia humana. Que ha querido participar de ella para así́ relacionarse de modo personal con el hombre. Dios quiere entrar en nuestra historia personal. Quiere llenar de sentido nuestro presente, mostrarnos el valor del pasado y proyectarnos a un futuro pleno.

Dios se nos da en sus promesas

Es también el Dios de la promesa. Una promesa que se ha cumplido a lo largo de muchos años. Ese Dios de la promesa del viejo testamento es el mismo Dios que se compromete con nosotros. Ese es el fundamento de nuestra esperanza. Aunque no veamos llevado a término lo que nuestro corazón anhela. Dios será fiel. Y antes o después cumplirá. La oración al Padre es esa espera silenciosa pero activa. Esperamos en Dios pero caminamos. Y aprendemos a descubrir en las circunstancias los signos de los tiempos que nos muestran por dónde caminar para llegar a la plenitud de la promesa.

Dios se nos da en su providencia

También hay que aprender a acoger el don del Padre en su providencia. Nada es vano para un Padre. Desde lo material hasta lo espiritual. Es válido pedirle al Padre lo que necesitamos, Él mismo nos lo dijo: “Pedid y se os dará́; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá́. Porque todo el que pide recibe; el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá́” (Mt 7, 7). La providencia del Padre es esa intervención directa de Dios en las necesidades de sus hijos. Cuando tenemos delante de nosotros una carencia o a veces un deseo es bueno recurrir a Dios en lo profundo del alma. A Dios le complace ver que al primero al que recurrimos es a Él. “Tenemos hambre y sed Señor, sácianos” (cf. Mt 5, 6) le podemos decir. Y cualquier hambre y cualquier sed serán saciadas por Dios.

Dios se nos da en Cristo

Por último tenemos que acoger el don del Padre que se nos da en Cristo. Cuando Jesús enseña a los apóstoles el Padrenuestro, los invita a pedirle al Padre el pan de cada día (Mt 6, 11). Evidentemente, Cristo habla de un pan material; el pan para comer. Pero también lo podemos ver desde la perspectiva del pan de vida (cf. Jn 6, 35). La mayor manifestación de amor del Padre es el don de su propio Hijo. “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo unigénito” (Jn 3, 16). Dios Padre quiere que lo acojamos a Él, que se nos ha dado en Cristo y en concreto en la Eucaristía. El pan bajado del Cielo (cf. Jn 6, 51) es el alimento de los hijos de Dios. Lo que los hace ser cada vez más como Cristo Hijo. Lo que los configura en Él. Así́, la plenitud del don del Padre a los hombres tiene un rostro y un nombre: Jesús. Por eso: “no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4, 4). La palabra que ha pronunciado el Padre para decirnos que nos ama es Cristo. La oración al Padre es también acoger a Cristo que se nos da por entero, su cuerpo y su sangre, en la Eucaristía.

El verdadero rostro de Dios

Es así como progresivamente, en la acogida del don del Padre, vamos descubriendo el verdadero rostro de Dios. Dios es un Padre bueno y nosotros cristianos debemos aprender a sabernos amados por Él. Sólo quien hace esta experiencia del amor puede responder a Dios, puede vivir la vida cristiana de modo auténtico. Lo primero es el don del Padre, lo segundo es la respuesta filial a Su amor. Es entonces una experiencia indispensable para el cristiano de ahí brotará todo lo demás. Si encontramos en nuestro interior que no tenemos esa visión de Dios Padre sino que lo vemos como juez, distante, castigador… hay que suplicar este don a Dios. “Padre muéstrate a mi y hazme experimentarte como realmente eres”. 

Oración al Padre

Para ellos nos puede ayudar la oración que Cristo nos enseño: El Padrenuestro. Es la oración más hermosa. Repetirla una y otra vez es dirigirse al Padre celestial con el amor de su propio Hijo. Pero también puede ayudar hacer la siguiente oración:

“Abba Padre. Mi Padre. Te he buscado en las cosas, en las personas, en las criaturas y no te encuentro. Mi alma está marcada por un deseo de hallarte y de relacionarse en la intimidad contigo. Padre, te suplico que inundes mi alma con tu presencia. Tenerte a ti me basta. Eres el don que mi corazón más desea. Quiero acogerte hasta convertirme en tu morada. Ven a mí, Padre y hazte una sola cosa conmigo. Forma en mí tu cielo. Soy tu hijo amado y quiero entrar en comunión contigo. Manda tu Espíritu y hazme como el Hijo para que la relación contigo sea cada vez más plena. No me dejes huérfano, Padre, te necesito. Amén”

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