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La Palabra de Dios es acontecimiento en nuestra vida

La lectio divina es una manera de acercarse a la Palabra de Dios para que el Señor ilumine nuestra inteligencia, nos haga descubrir su mensaje en su Palabra, convierta nuestros corazones y nos permita dirigirnos a Él formulando una oración. Para ello se siguen cuatro sencillos pasos: leer, meditar, contemplar y orar. Esta lectio divina pretende ser para ustedes lectores una ayuda para orar en familia. Hacerla juntos puede lograr que su hogar se convierta en escuela de escucha de la Palabra y morada de la misma.

Lectura:

Es importante leer juntos y de manera pausada la Palabra de Dios que se ha elegido para realizar la lectio divina. Un miembro de la familia puede leer en voz alta todo el texto de Dt 1, 6-11. Aquí se presentan algunos versículos significativos:

«Yahvé, nuestro Dios, nos habló así en el Horeb: «Ya habéis estado bastante tiempo en esta montaña. ¡En marcha!, partid y entrad… en la tierra de Canaán. Yo he puesto esa tierra ante vosotros; id a tomar posesión de ella, pues Yahvé juró que se la daría a vuestros padres, Abrahán, Isaac y Jacob, y a sus descendientes.» Yahvé, vuestro Dios, os ha multiplicado y sois ahora tan numerosos como las estrellas del cielo. Que Yahvé, el Dios de vuestros padres, os aumente mil veces más todavía y os bendiga como ha prometido.»

Dt 1, 6.7.8.10.11

Meditación:

Después de haber leído el salmo es bueno reflexionar en lo que dice el texto en sí mismo y lo que nos puede decir a cada uno de nosotros. Se pueden servir de estas breves reflexiones y preguntarse: ¿a mí que me dice el texto?

El texto que hemos leído es muy rico de significado. Se encuentra en el libro del Deuteronomio y habla en el contexto del camino hacia la tierra prometida después de la manifestación de Dios en el Horeb. Analizar los elementos que contiene este texto nos puede ayudar para iluminar nuestra vida a la luz de ellos. 

Lo primero que nos dice el texto es que Yahvé habló al pueblo en el Horeb. El verbo «hablar» y el sustantivo «palabras» para la mentalidad hebrea no es un simple pronunciar un discurso vacío de sentido. Las palabras que vienen de Dios tienen una carga verbal, es decir, de acción. No es sólo lo que Dios dice al pueblo sino que diciendo actúa en él. Por lo que las palabras que el Señor pronuncia son un acontecimiento en la vida del pueblo, un suceso. Es así también en nuestra vida. Cuando escuchamos la Palabra del Señor no la oímos como un mensaje intelectual sino que esas palabras son un suceso, un acontecimiento en nuestra vida. Dejar que Dios hable a nuestra familia es dejar que Él actúe.

 Esta palabra-acontecimiento de parte de Dios al pueblo es pronunciado en el Horeb. El Horeb es una montaña. En la mentalidad hebrea en general, la montaña es el lugar en el que el pueblo puede encontrarse con Dios. Es ese concepto de un lugar alto que se acerca al cielo en donde mora la divinidad. ¿Cuál es nuestra montaña? ¿En dónde es ese lugar en donde nos encontramos con Dios? Cada uno de nosotros, a nivel familiar y personal, debemos encontrar esa montaña personal; ese lugar de intimidad con el Señor. Puede ser un espacio físico: una Iglesia, una capilla, un lugar hermoso en la naturaleza, un pequeño altar en el hogar. O puede ser un lugar espiritual: nuestra conciencia, nuestra familia, los seres que amamos. La montaña es ese espacio de encuentro en donde nos dejamos tocar por Dios y el habla-actúa en nuestra vida y en la de la familia.

 Después se presentan los tres elementos de la promesa hecha a Abraham: la tierra, la descendencia y la bendición. Dios progresivamente va actuando en el pueblo de Israel y va cumpliendo su promesa. Ha hecho una alianza con el pueblo y le ha ofrecido estos tres bienes. Dios también ha hecho una promesa con nosotros y nos ha dado estos tres bienes en Cristo: una tierra que es el cielo, una descendencia que es la Iglesia y una bendición que es la salvación. 

El pueblo de Israel está en camino y por lo tanto no se ha cumplido de modo definitivo la promesa. Poco a poco Dios va haciendo realidad aquello que les ha prometido. También es así en nuestra vida. Somos conscientes que Dios nos promete una tierra definitiva que es el cielo, nuestro paraíso. Pero ya aquí en la tierra empieza a cumplir esa promesa y nos da en la creación un hermoso lugar para vivir. Nos ha prometido una descendencia, una familia, que en la eternidad será la humanidad entera redimida. Pero ya aquí podemos vivir esa promesa, en la Iglesia, nos ha dado hermanos y hermanas que en la fe nos ayudamos a crecer. Y por último nos ha prometido una bendición. Esa bendición es la salvación. Esa salvación será definitiva en el cielo pero ya desde ahora el Señor nos esta salvando. Todos los días y de distintas maneras experimentamos su salvación.

 Este es el modo de hablar-actuar de Dios en nuestra vida. No solo nos dice palabras y promesas vacías sino que cumple su palabra al darnos una tierra, una descendencia y la salvación. Estos son los sucesos que ocurren diariamente en nuestra vida y en nuestra familia. Solo hay que abrir los ojos para encontrar, en nuestras “montañas”, la obra de Dios en nuestra vida.

Contemplar:

Al haber meditado este texto de la Biblia es importante propiciar un momento de oración personal en donde permitimos que, a través de la gracia, lo que hemos comprendido con nuestra inteligencia se vuelva una realidad en nuestra vida. Cerremos los ojos, abramos nuestro corazón y dejemos que Dios actúe en nuestro hogar y cumpla así su promesa de darnos una tierra, una descendencia y una bendición.

Oración:

Después de este espacio de silencio en donde cada uno permitió que Dios actuara en su interior es bueno dirigir todos juntos esta oración a Dios:

«Señor Dios, que te has manifestado como el dador de todo bien te pedimos que no sólo nos hables sino que actúes en nuestra vida y en nuestro hogar. Creemos en tu promesa y esperamos en tu providencia. Por eso te pedimos que nunca nos falte una tierra, una descendencia y una bendición. Amén»

(Dt 1, 6-11)

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