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Tocar el corazón de la Trinidad.

Una de las oraciones más comunes y más hermosas en la Iglesia es la oración de intercesión. Quien intercede ante Dios por el bien de sus hermanos muestra un corazón generoso. Es Dios quien nos ha invitado a buscarle a Él, a pedirle a Él (cf. Mt 7, 7). Siendo un Padre bueno está preocupado por sus hijos y quiere su felicidad. Éste es el punto de partida de la oración de intercesión. Del deseo que todos tenemos de ser felices y ser plenos buscamos a Dios para que le de una solución a nuestros problemas y nuestras angustias. 

Aprender a tocar el corazón de la Trinidad

La oración de intercesión es esa experiencia de la hemorroísa la cual estaba segura que al acercarse al Señor y tocar su manto iba a recibir aquello que tanto deseaba (cf. Mc 5, 25-34). Cuando nosotros intercedemos hacemos esa misma experiencia. Elevamos nuestra mano al seno de la Trinidad, al corazón de Dios, con la confianza de saber que Dios nos va a dar los bienes que tanto deseamos. Al interceder, hacemos lo mismo que la hemorroísa, apelamos al corazón misericordioso de Dios, tocamos su seno que es amor, y provocamos el milagro. Dios no se resiste a las almas humildes que lo buscan con insistencia y con fe. Su corazón se deja conmover, compadecer y tocar por nuestras miserias y pobrezas, terminando por derramarse sin cesar.

La esperanza en las promesas de Dios

La intercesión requiere en primer lugar la esperanza en las promesas de Dios. Ese es el contenido de nuestra esperanza. Podemos esperar porque Dios nos ha prometido la felicidad en todas sus formas y Él es fiel. Pero para ello requiere de nuestra fe. Creer en la potencia, en la fuerza y en la bondad de Dios es lo que nos hace poder recibir de Él los bienes que le pedimos. La fe que Dios pide no es algo que sea superior a nuestras posibilidades. De hecho, el ejemplo que Jesucristo pone en el Evangelio nos ayuda a entender lo ridículo que puede llegar a ser: nos pide fe como una semilla de mostaza (cf. Mt 17, 20). En el fondo, este hecho nos hace entender que le basta poco a Dios para actuar. Prácticamente nada, no necesita casi nada, solo una semilla de mostaza. Pero esa semilla de mostaza es nuestro acto libre que busca a Dios y de Él una respuesta.

La intercesión hecha según las enseñanzas de Jesús

Ahora bien, aunque la oración de intercesión es quizá la oración más conocida es bueno descubrir un camino para interceder al Señor. ¿Cómo acercarse a Dios para pedirle algo? Es bueno orar como Cristo nos ha enseñado. Él en el Evangelio va dando pautas para saber cómo acercarnos al Padre para interceder. Lo primero que podemos entresacar de las lecciones de Cristo es que la oración de intercesión es sobria. Jesús nos invita a orar en lo secreto (cf. Mt 6, 6). Para el Señor es más importante ver en nuestro interior un corazón que sinceramente lo busca a Él y sus dones que grandes gestos externos. Si nuestra oración viene acompañada de una peregrinación, una veladora, una oración hecha en voz alta está bien. Pero debe ser la expresión externa de la sinceridad de corazón que busca a Dios. En segundo lugar Cristo nos enseña: “al orar, no charléis mucho, como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados.” (Mt 6, 7). Y la razón por la que Cristo nos invita a hacer una oración más bien de silencio es que Dios ya conoce lo que necesitamos antes de que se lo pidamos (cf. Mt 6, 8). Eso nos tiene que llenar de una profunda paz. Él sabe más que nosotros qué es nuestro mayor bien. Confiemos que Él mira nuestra alma necesitada y que nos da aquello que tanto deseamos. Por último, Dios pide que realicemos nuestra oración desde lo profundo de nuestro corazón. La intercesión más auténtica es la que brota de una objetiva necesidad que es manifestada por lo que más desea el corazón. Abrir el alma ante Dios para que Él vea lo que hay en lo profundo es una hermosa oración de intercesión. Brota de una certeza de que Dios es un Padre bueno que, como dice el evangelio, no nos va a dar una piedra por un pan o una serpiente por un pez (cf. Mt 7, 9-10). En el fondo el don más grande que Él nos da es darse a sí mismo a nuestra alma. Ese es nuestro mayor deseo y mayor consuelo. 

La oración cuando Dios no nos ha dado lo que le pedimos

Una de las experiencias más difíciles de la vida es pensar que Dios no ha escuchado nuestras plegarias. Podemos pasar días, meses o años pidiendo algo al Señor con la fe de que nos lo va a conceder, y no recibir lo que pedimos. Esta experiencia puede llevar a una separación de Dios, a un enojo con Él, a la desesperanza. Y es normal. Sin embargo, es bueno aprender a vivir con una mirada más bien vertical. Ayuda descubrir qué se esconde detrás de este modo de actuar de Dios.

Lo que puede ayudar es saber descubrir que detrás de toda circunstancia adversa se encuentra la potencia de Dios que saca un bien de todo mal. Quizá en un inicio no somos capaces de verlo, pero al pasar el tiempo reconocemos que Dios obtuvo algún bien de ese dolor. Y aprendemos a darle sentido a todo lo que vivimos. El sentido sobrenatural, es decir, vemos la mano de Dios en eso. En donde parecía que Dios no había intervenido porque no nos había concedido lo que le pedíamos. Ahí́ nos damos cuenta de que la intervención de Dios fue lo único que hizo de esa circunstancia algo que valiera la pena.

Entonces Dios no es el malo que no nos ha dado lo que queríamos, sino el Padre bueno que intervino en el devenir de la historia para tocar con su mano amorosa las situaciones difíciles de la vida para llenarlas de sentido. Quien aprende a vivir así́ sabe que todo está a su favor. Lo bueno y lo malo, todo puede convertirse en ocasión de crecer, de amar, de creer. Y en todo aprende a ver la mano de Dios que siempre saca un bien.

La respuesta de Dios a sus hijos que interceden

Dios, de hecho, siempre responde que si. Podemos atestiguar con la experiencia que hay veces que le pedimos algo a Dios y nos lo concede. Es el si directo de Dios que nos da aquello que le hemos pedido. Otras veces, Dios responde si pero de un modo mejor. Y dejamos pasar el tiempo y reconocemos que aquello que el Señor nos concedió definitivamente era mejor de lo que pedimos y lo que deseábamos. Y por último Dios dice si, pero en otro momento. El tiempo lo dispone Él y lo conoce Él por lo que adherirnos a su sabiduría es lo más sensato que podemos hacer. Él sabe mejor que nosotros el momento adecuado para recibir los bienes que le pedimos con tanta insistencia y tanta fe.

Nuestra participación en la intercesión

En la oración de intercesión a veces parecería que nuestro rol es solamente invocar la misericordia de Dios y esperar de Él una respuesta. Sin embargo, en este tipo de oración es indispensable saber que en el cuerpo místico de la Iglesia tenemos que aportar algo para el bien de todo el cuerpo (cf. 1Cor 12, 12). Es lo que San Pablo menciona: “completo en mi cuerpo lo que falta a las tribulaciones de Cristo” (Col 1, 24). Por eso, la tradición de la Iglesia invita a poner una veladora, hacer una ofrenda económica, ofrecer sacrificios, implicando un rol de colaboración. Esto no quiere decir que “compramos” la misericordia de Dios (esto sería contrario a nuestra fe, ya que Dios ama de modo incondicional). Es nuestra implicación en el cuerpo de la Iglesia que somos (cf. 1Cor 12, 20). Es un modo de solidarizarnos con el prójimo unidos al acto más solidario que ha existido jamás.

El bien que realizamos a nuestros hermanos a través de la oración de intercesión es muy puro. Al orar por nuestros hermanos, sacrificarnos por ellos e interceder estamos realizando un acto de amor con una gran pureza de intención. A través de este acto no buscamos que nos agradezcan o poder ver el fruto de nuestra oración. Nunca nadie sabrá cuánto nos ha implicado aquel ofrecimiento por ellos. Eso le da una riqueza a la oración de intercesión porque la hace semejante al modo de amar de Dios.

Cuando hemos intercedido ante Dios por algún bien, ya sea para nosotros mismos o para nuestros hermanos, es importante el agradecimiento. Agradecer independientemente de si vemos o no lo que Dios ha hecho con nosotros y por nosotros. La confianza en la promesa de Dios nos hace agradecerle porque tenemos la certeza de que será fiel. La fe nos hace creer que Dios se manifiesta aunque no sea visible. Es por eso que agradecemos y el agradecimiento hace constante nuestra oración porque continúa alimentándola. Poder participar en la misión de Cristo de corredimir junto con Él, nos lleva a agradecer por permitirnos este don. Finalmente el agradecimiento hace más pura nuestra intercesión ya que consideramos que el único capaz de conceder bienes es Dios. Nosotros somos solo siervos suyos (cf. Lc 17, 10).

Para pedir y suplicar por los demás, ayuda el juntar las manos en señal de súplica. Es bueno presentar a Dios nuestras inquietudes y dolores así́ como los de las personas que sufren y necesitan de Él; esto debe hacerse con sencillez y paciencia. Del corazón generoso brota el deseo de colaborar. Hay que darle todo al Señor, no guardarnos nada para nosotros entregándonos por entero para que Dios haga el bien a nuestros seres queridos. Podemos decir esta oración:

“Señor, vengo ante ti como un mendigo. Estoy rodeado de sufrimiento y de dolor. Ten compasión de mí. Necesito tu amor, tu fuerza, tus milagros, tu misericordia, tu compasión. Mira los ojos que derraman lágrimas de dolor. Fíjate en el más pequeño de tus hijos necesitado de ti. Ven y hazte presente en mi vida y cúrame, sálvame, redímeme. Si hay algo que pueda ofrecer por mis hermanos los hombres, tómalo. Te lo doy todo, Señor, con tal de que alcances las gracias que necesitan los que más quiero. No me reservo nada para mí, todo te lo doy, Señor. Permite cualquier sufrimiento en mi vida con tal de que pueda ver a los que quiero libres de todo mal. Escucha, Señor, la súplica que elevo con fe. Es poca mi fe, auméntala Señor. Amén”

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