Orar en la prueba de la separación familiar
La oración de Jesús en la última cena es una súplica a Dios para que los apóstoles se mantengan unidos: «Que sean uno, como tu y yo Padre somos uno» (cf Jn 17, 21). Nos podemos preguntar: ¿por qué Jesús, en el último momento de su vida, hace esta súplica? ¿Qué importancia tiene la unidad y qué fácil se puede romper?
Cuando en la familia experimentamos la división, la desunión se vive uno de los más íntimos dolores que a veces incluso desestabiliza a la persona. ¿Cómo orar en los momentos en que vemos nuestro hogar desquebrajarse?
LA NECESIDAD DE LA UNIDAD
Una realidad humana es el deseo de la unidad. La división a veces tiene que ser aceptada y vivida por circunstancias adversas. Pero ese no es el ideal. El ser humano está llamado a la comunión. Esta abierto a los demás para crear con los otros comunidades íntimas de unión. Esto lo realiza en la familia, con los amigos, con la pareja… Es una búsqueda constante del otro.
Esta búsqueda tendrá cumplimiento pleno en la comunión eterna con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Por lo que, el hombre necesita esta experiencia de unidad hacia la que está llamado a vivir eternamente. Es por eso que el primer núcleo de comunión que experimenta el ser humano en la tierra, la familia, es tan importante y decisivo. Es en el hogar, en la familia, en donde el hombre se da cuenta de cuál es su vocación. Está llamado a ser para el otro, para los demás, para formar unidad.
LAS CONSECUENCIAS DE LA DESUNIÓN
Comprendiendo la necesidad de unidad que tiene el ser humano se entiende también que la desunión provoque en el corazón del hombre inestabilidad. Hay una consecuencia objetiva que uno siente por la desunión. Sobre todo la separación de aquellos que el hombre más necesita que son sus padres. Ser conscientes de esto es importante no para pensar que alguien que haya padecido una división familiar está determinado. Sino que es necesario tenerlo claro para saber que esa persona, que experimentó la división, va a necesitar hacer un proceso de sanación.
Pensar que no hay consecuencias en la desunión es cerrar los ojos ante una realidad clara. Duele ver a los propios padres separados. Duele verlos tomar cada uno un camino distinto. Duele verlos compartir la vida con alguien más. Pero a la vez de ser conscientes de este dolor, hay que ir un paso más allá. Todas las circunstancias en nuestra vida, buenas o malas, tienen que llevarnos a crecer. No podemos pretender que pasen desapercibidas y que no nos hagan sufrir pero a la vez no podemos quedarnos en ellas como si no tuviéramos más futuro.
NO TODO ESTÁ PERDIDO
Cuando se vive en casa la dura prueba de la separación hay que ser conscientes de que se ha roto un vínculo importante para el ser humano. Siendo conscientes de ello hay que buscar trabajarlo ya sea personalmente o comunitariamente, es decir, en familia. Entre todos necesitan ayudarse para descubrir cómo tener un vínculo de unidad. Esta vez distinto al que se vivía antes pero no por ello menos valioso. El padre con los hijos, los hermanos entre sí, los hijos con sus abuelos… Todos deben buscar la manera de que se haga la experiencia de la comunión.
Esto implicará una gran madurez. Para ello se requiere, en primer lugar, el perdón. La desunión, como se ha dicho antes, es un dolor grande en el corazón del hombre. Es por eso que brota de manera natural el enojo. Este es el primer paso que se debe lograr con la gracia de Dios. El Señor quiere invitar a superar las barreras que separan de los demás por el dolor de la desunión para buscar, de otras maneras, vínculos de unidad.
LA EXPERIENCIA DE LA SANACIÓN
Para lograr dar pasos de perdón y después de nueva comunión, el corazón herido tiene que ser sanado por Dios. Él es el que se muestra como la verdadera comunión hacia la que nuestro corazón tiende. Y a través de su amor incondicional va curando el corazón herido por la separación. Él es el que, con su misericordia, va haciendo que las barreras del alma den paso al amor y al perdón.
Nos requiere mucho tiempo ante el Señor, en oración, para suplicarle su gracia de unidad. Lo primero que se tiene que buscar es dar unidad al propio corazón. No se puede pretender que los demás cambien, construyan puentes, lancen redes hacia nosotros. Los primeros que nos tenemos que decidir a hacerlo somos nosotros. Pero para ello tenemos que ser sanados y curados por la gracia de Dios. El Señor necesita dar orden en el interior y, por así decirlo, unificarlo, para que así, unido, pueda ofrecer a los demás vínculos de unidad.
El encuentro con el Padre bueno, con el Hijo Jesucristo y con el Espíritu que es amor es lo que nos cura y a la vez impulsa a buscar las maneras de lograr, en la propia familia, la unidad. Quizá una unidad plena no se podrá lograr en este mundo pero al menos que todos vean la manera de provocar y lograr ciertos vínculos de unidad. Será así como se pueda dar la unidad. Sobre todo en vistas al futuro. Si no se trabaja en uno mismo después se corre el riesgo de volver a repetir ese esquema. Tenemos que suplicar a Dios el don de la unidad interior para así poder ser promotores de unión nosotros mismos.
Hagamos esta súplica al Señor para pedir la unidad:
Señor mira con amor mi familia. Los errores humanos, las caídas humanas, la debilidad humana la han desquebrajado. Me duele profundamente ver a los que más quiero separados. Quiero vivir con ellos en unidad. Ven y cura mi corazón herido por la división. En mi mismo experimento la fragilidad que en lugar de unir separa; divide. Ven a mi corazón dividido por el odio y la falta de perdón. Ven y unifícalo para poder ser así fuente de unidad para mi familia, mis padres y mis hermanos. Dame la gracia de superar aquellas cosas que nos dividen y buscar las que nos unen. Cuida y protege siempre a mi familia, Señor, Amén.