«Si Cristo no resucitó vana es nuestra fe»
Este mes la Iglesia nos invita a recordar con cariño a nuestros seres queridos que han partido a la casa del Padre. Nuestra tierra tiene la hermosa tradición no sólo de recordarlos a ellos sino de hacer un homenaje de sus vidas. Con flores, comida, papel de colores y fotos, traemos al recuerdo a esas personas tan amadas. Aquellos que dejaron una huella en nuestro ser, que nos hicieron ser las personas que somos ahora y aquellos que nos han dado identidad. Este artículo quiere ser una esperanza para todos nosotros que hemos visto partir a alguien al cielo.
Introducción:
Un miembro de la familia puede leer en voz alta la siguiente introducción.
Nos reunimos en familia para recordar y honrar a nuestros antepasados. Aquellos que, de generación en generación, nos han transmitido los valores que nos constituyen ahora. Aquellos que con su vida y esfuerzo construyeron nuestra familia y nos dieron identidad.
Lectura:
Se lee en familia el texto de 1Cor 15, 12-14:
«Si se proclama que Cristo ha resucitado de entre los muertos, ¿por qué andan diciendo algunos de ustedes que los muertos no resucitan? Si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, entonces vana es nuestra proclamación y vana también la fe de ustedes.» 1Cor 15, 12-14
Reflexión individual y familiar:
Se pueden servir de estas ideas para reflexionar sobre el texto antes leído.
En la carta a los Corintios, Pablo afronta un tema crucial: la resurrección de los muertos. Un paso importante para la configuración de la primera comunidad cristiana fue la fe en la resurrección de Jesús. Si Cristo no había resucitado, como dice el apóstol, vana sería su fe. Si Cristo era aquel judío, taumaturgo, que hablaba con autoridad pero que había muerto, no podía ser el Mesías esperado. La muerte habría tenido la última palabra y así la victoria. Pero Cristo, resucitó.
Por eso los primeros testigos de la resurrección afirman con toda la fuerza: Cristo está vivo. Si murió, claramente que murió, pero está vivo. Ahora bien, aunque en esto se funda toda la fe de los primeros creyentes había que hacer una ulterior reflexión: ¿Qué pasa con nosotros? ¿También vamos a resucitar?
La segunda venida del Señor, la parusía, se estaba atrasando. Jesús no regresaba en gloria para llevarse a todos los creyentes en Él al cielo. Las primeras generaciones de cristianos se acercaban a la hora de la muerte y Jesús no había regresado. Entonces se siembra la duda: ¿Existe la resurrección de los muertos?
Y entonces Pablo responde con una analogía: Si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. El destino del cristiano será el mismo destino que el de Cristo: resucitar. Podríamos proclamar de todos aquellos que están muertos lo mismo que se proclamó de Cristo: Están vivos. Éste es el consuelo más grande que podemos tener cuando la tristeza por la pérdida de un ser querido nos abruma. Él está vivo.
Y si está vivo entonces podemos percibir una nueva presencia. No será una presencia física, claramente. Pero si una presencia real. Cada uno de nosotros debemos aprender a identificar esos signos que nuestros seres queridos nos mandan desde el cielo. Ellos, que están ante el Padre, interceden por nosotros. Siguen velando por cada uno de nosotros y se hacen presente. De ese modo ellos siguen vivos; con una vida nueva, una vida de resucitados.
El cielo, en el fondo, no es un lugar al que nos dirigimos después de fallecer. Más bien es otra dimensión. Es la dimensión de Dios. Y si a Dios lo percibimos en nuestro mundo y se hace presente en nuestras vidas. De esa misma manera ellos, estando en la dimensión divina, los podemos percibir ya que se hacen también presentes.
Pero también hay que darnos cuenta de que ellos viven en nosotros. Ellos, de alguna manera han dejado una huella en el corazón. Nos han enseñado como vivir. Y en cierto sentido nos han marcado de tal manera que ellos viven cuando nosotros repetimos los gestos, palabras y estilos suyos. Cuando seguimos un consejo que nos daban, cuando recordamos una frase que decían, cuando hacemos algo que nos enseñaron, etc… ellos viven. Están más vivos que nunca, es más, ellos trascienden. Porque ellos viven en nosotros.
Y, por último, ellos viven por el amor. Si nosotros los seguimos amando, si somos capaces de seguirles manifestando el cariño que les teníamos, entonces ellos siguen vivos. Si ellos no existieran, no los podríamos amar. Si, en cambio, nosotros todavía los podemos amar eso prueba que ellos todavía existen. De una manera distinta y nueva, pero existen. Mantener viva la llama del amor nos ayuda a saber que ellos, a pesar de la distancia, siguen con nosotros.
Actividad simbólica:
Después de leer estas breves reflexiones se les invita a reunirse en familia y poner al frente las fotos de los seres queridos que han partido a la casa del Padre. Y tomar cada una de las fotos y recordar algunas anécdotas, dichos, gestos o mensajes que esa persona les dejó. Así, al hacer presente su memoria y recuerdo, nos damos cuenta que ellos están vivos en la eternidad de Dios.
Oración:
Padre celestial, nuestro corazón fue invadido de una inmensa tristeza al perder a un miembro de la familia. Nos duele su ausencia. Pero por la fe sabemos que él ha resucitado y que se encuentra contigo en la eternidad. Te pedimos que podamos descubrir su nueva presencia, permitamos que viva en nosotros y no dejemos de amarlo. Amén