«Sus ojos no eran capaces de reconocerlo»
Durante el mes de abril se celebra, para los cristianos, el tiempo litúrgico más fuerte. Actualizamos el sacrificio de Cristo en Semana Santa que nos permite recibir las gracias de nuestra redención. Quizá la Semana Santa la vivimos con mucha intensidad y fuerza. Sin embargo, la cruz de Cristo y el sacrificio del Salvador no tendrían sentido sin la resurrección. La Pascua es para nosotros un tiempo mucho más importante que la Semana Santa. Pero a veces no le damos su valor. Este artículo está dedicado a hacer presente las gracias de la Pascua en la familia.
Introducción:
Un miembro de la familia puede leer en voz alta la siguiente introducción.
Estamos reunidos este día de Pascua para ser conscientes de las gracias que nos ha obtenido Cristo con su sacrificio en la cruz. Después de haber vivido con intensidad la Semana Santa ahora queremos profundizar en los dones pascuales.
Lectura:
Se lee en familia la aparición de Jesús resucitado a los discípulos de Emaús Lc 24, 13-35
Reflexión individual y familiar:
Se pueden servir de estas ideas para reflexionar sobre el texto antes leído.
Jesús en persona se puso a caminar con ellos
Al terminar el tiempo de Cuaresma y Semana Santa, momento solemne del recuerdo de nuestra redención, regresamos a la cotidianidad de nuestra vida. Como los discípulos de Emaús, después de haber vivido la tragedia de la muerte de su maestro, nos ponemos a caminar. Iniciamos con paso firme y a veces sin mucha conciencia de los que vivimos la semana anterior y retomamos nuestra vida como si nada hubiera pasado.
La Semana Santa ¿pasó por nuestra vida dejándonos indiferentes? ¿qué es lo que ahora es distinto que antes? La respuesta a esta pregunta la encontramos en el texto que acabamos de leer. Los discípulos caminaban, como antes lo hacían, pero esta vez no caminaban solos. Jesús en persona, se acercó y se puso a caminar con ellos. Jesús, Dios hecho hombre, se ha acercado. Pero en esta Semana Santa ¿a qué se acercó? Se acercó al sufrimiento humano. Él vivió en su persona todo dolor y todo mal. El sufrimiento de toda la humanidad cayó sobre sus hombros. Pero este dolor solo visitó su puerta para que desde el sufrimiento Él venciera la muerte.
La diferencia entre la Cuaresma y la Pascua es que no se había llevado a cabo la resurrección. Podemos objetar: en la Cuaresma y en la Pascua tenemos los mismos dolores, los mismos sufrimientos, los mismos problemas y las mismas cargas. ¿Qué ha cambiado? Ahora Jesús camina con nosotros. Es decir, Él ha hecho de todo mal un bien a través de su resurrección. Ya no hay nada que tengamos que cargar o llevar solos. Jesús lo ha cargado con nosotros y ha hecho de esa ocasión una oportunidad de salvación.
Sus ojos no eran capaces de reconocerlo
Ahora bien, aunque Jesús caminaba con ellos, los discípulos de Emaús no eran capaces de reconocerlo. Sus ojos no veían con los ojos de la fe. Eso es lo que nos puede pasar también a nosotros. Jesús está, su resurrección ha dado sentido a todo dolor y a todo sufrimiento, pero ¿somos capaces de verlo con los ojos de la fe? ¿somos conscientes de su presencia como resucitado en medio de nosotros?
Las narraciones de la resurrección nos hacen ver claro cómo no todos ni en todo momento reconocían a Jesús resucitado. A veces incluso pensaron que era un fantasma. ¿Qué diferencia hay entre los que ven y los que no reconocen al resucitado? Solo el que tiene fe es capaz de ver al resucitado. Y nosotros estamos llamados a ver al resucitado en el día a día. En las circunstancias familiares, en los problemas y en los dolores. Esos que no se desvanecieron mágicamente a raíz de la Semana Santa. Esos que nos pesan y que ahí están presentes día a día. Esos los tenemos que aprender a ver con ojos de resurrección.
Les explicó lo que se refería a Él en todas las escrituras
¿Cómo podemos ver con la fe? ¿Cómo reconocer al resucitado que camina con nosotros en las circunstancias de nuestra vida? El texto nos habla de dos momentos claros en la experiencia de los discípulos de Emaús. La primera es cuando Jesús les explica las escrituras y la segunda es cuando parte con ellos el pan. Estos dos medios: la Palabra de Dios y la Eucaristía, son los caminos que la Iglesia nos ofrece en este tiempo de Pascua para crecer en la fe. Es en el mensaje de las Sagradas Escrituras en donde encontramos un sentido a todo nuestro sufrimiento y a nuestro dolor. Ahí le podemos dar un tiente de resurrección. Y en la Eucaristía es de donde sacamos la fuerza para vivir como resucitados. Para ser alegres y confiados a pesar del dolor que nos rodea y que a veces nos abruma. Es ahí, en la Palabra y en la Eucaristía, en donde encontraremos al resucitado y dejaremos que camine con nosotros.
Actividad simbólica:
Después de leer esta breve reflexión se les invita a reunirse en trono al cirio pascual. El cirio representa a Jesús, la luz que venció toda tiniebla. Reunidos en torno a la luz del cirio pascual cada miembro de la familia puede compartir el dolor o el sufrimiento más grande que está padeciendo en este momento. Después de haberlo expresado se le pasa el cirio pascual y se hace esta oración: «Jesús, luz del mundo, ilumina el sufrimiento de (se dice el nombre) con la luz de tu resurrección».
Oración:
Se termina este momento con una oración que pueden recitar todos juntos en voz alta.
Jesucristo resucitado, ante el cirio pascual que te representa, te pedimos que ilumines la oscuridad y tiniebla de nuestros sufrimientos. Te los presentamos para que hagas de ellos ocasión de salvación. Te invitamos a que camines junto con nosotros y te pedimos que nos des la fe para reconocer tu presencia pascual en nuestra familia. Amén.