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La escucha del Señor en el seno familiar

La lectio divina es una manera de acercarse a la Palabra de Dios para que el Señor ilumine nuestra inteligencia, nos haga descubrir su mensaje en su Palabra, convierta nuestros corazones y nos permita dirigirnos a Él formulando una oración. Para ello se siguen cuatro sencillos pasos: leer, meditar, contemplar y orar. Esta lectio divina pretende ser para ustedes lectores una ayuda para orar en familia. Hacerla juntos puede lograr que su hogar se convierta en escuela de escucha de la Palabra y morada de la misma.

Lectura:

Es importante leer juntos y de manera pausada la Palabra de Dios que se ha elegido para realizar la lectio divina. Un miembro de la familia puede leer en voz alta todo el texto de Dt 4, 9-14. Aquí se presentan algunos versículos significativos:

«Recordad el día en que estabas en el Horeb en presencia de Yahvé tu Dios, cuando Yahvé me dijo: «Reúneme al pueblo para que les haga oír mis palabras, a fin de que aprendan a temerme mientras vivan en el suelo y se las enseñen a sus hijos»

Dt 4, 10

Meditación:

Después de haber leído el texto es bueno reflexionar en lo que dice en sí mismo y lo que nos puede decir a cada uno de nosotros. Se pueden servir de estas breves reflexiones y preguntarse: ¿a mí que me dice el texto?

El texto presentado para la meditación es aquél que se encuentra en el contexto de la obediencia a los mandatos del Señor que han sido dados al pueblo en el Horeb, los diez mandamientos. El texto recuerda cuando en el Horeb el pueblo escuchó el sonido de las palabras del Señor. Esta es la primera frase que podemos analizar. El texto nos dice que se escuchó un «sonido». Normalmente cuando Dios se hace presente en medio del pueblo se relata que se escuchó un sonido como el del trueno (cf. Ex 19, 16). Es el modo en que el pueblo de Israel manifiesta carácter mayestático y sobrehumano de Dios. Pero en el caso del texto que se está meditando el teólogo indica que lo que escuchó el pueblo de Israel no fue un sonido como de un trueno sino que el sonido de las palabras de Yahvé. Esto quiere decir que el autor hace énfasis en una comunicación verbal de Dios con el hombre. No es solo una expresión de su majestad que no se comprende sino que las palabras mismas de Dios son dirigidas al hombre.

 Esto nos lleva a una primera reflexión, en nuestra vida, en nuestro hogar: ¿Nos ha hablado Dios? ¿Conocemos cuáles son esas «palabras» que, como dice el texto, hay que enseñarlas a nuestros hijos? ¿Sabemos cómo descubrir su Palabra en la Biblia, en la Liturgia, en las enseñanzas de la Iglesia?

 Habiendo reflexionado sobre Dios que se nos manifiesta en su Palabra, ahora hay que meditar en la respuesta de cada uno de nosotros a esa Palabra que se nos muestra clara. El texto nos da una pauta. Tres verbos se presentan en el texto para indicar el modo en que el pueblo debe responder a las palabras de Dios: escuchar, aprender y temer. El primer verbo se refiere a la escucha que el pueblo debe tener hacia Dios. Es la primera palabra que se coloca antes de enlistar los diez mandamientos (cf. Dt 5, 1). Se puede incluso decir que es el primero de los mandamientos: escuchar. 

Dios pide ser escuchado pero ¿qué significado tiene para el pueblo de Israel esta escucha? Es más que una simple atención a lo que se está diciendo. Es más bien una obediencia a la palabra pronunciada. El pueblo sabe que es súbdito de Dios y por lo tanto escuchar significa para ellos hacer lo que Dios dice y quiere. A eso estamos llamados nosotros también. Dios nos invita no solo a escuchar con nuestros oídos su Palabra sino que adherirnos a ella, ponerla en práctica, hacer lo que nos manifiesta.

 Lo segundo que encontramos es el verbo aprender. Este verbo indica tanto un aprender como enseñar. Los israelitas no sólo están llamados a escuchar e instantáneamente obedecer sino que a interiorizar (aprender) estos preceptos y a la vez enseñarlos a las siguientes generaciones. Los padres de familia son invitados también a aprender, es decir, a interiorizar y hacer suyas las palabras de Dios para entonces enseñarlas a los hijos.

 Por último se utiliza el verbo temer. El hombre responde a las palabras de Dios con un temor hacia el Señor. Este se refiere no al miedo sino al respeto a Dios. Para entender mejor se pueden enlistar algunos sinónimos: amar, adherirse, marchar por sus caminos, seguir, servir, observar los mandatos, jurar por su nombre, oír su voz. Este es el santo temor hacia el Señor.

 Por lo tanto, estamos llamados no sólo a escuchar pasivamente la Palabra de Dios sino que a obedecerla. Estamos llamados también a aprender de ella, es decir, interiorizarla y asimilarla y a enseñarla con nuestro testimonio. Y por último estamos llamados a temer al Señor a través de su Palabra, es decir, amarlo, seguir sus caminos y servirlo.

Contemplar:

Al haber meditado este texto de la Biblia es importante propiciar un momento de oración personal en donde permitimos que, a través de la gracia, lo que hemos comprendido con nuestra inteligencia se vuelva una realidad en nuestra vida. Cerremos los ojos, abramos nuestro corazón y dejemos que la Palabra de Dios venga a nuestra vida y sea acogida a través de nuestra escucha, de aprender de ella y enseñarla y de nuestro temor al Señor entendido como amor.

Oración:

Después de este espacio de silencio en donde cada uno permitió que Dios actuara en su interior es bueno dirigir todos juntos esta oración a Dios:

«Palabra del Padre que te manifiestas hoy y todos los días al corazón, queremos pedirte que nos des la gracia de escucharte con corazones abiertos y dispuestos a obedecer, de interiorizar aquello que hemos escuchado y para enseñarlo a nuestros hijos y finalmente enséñanos a amarte a través del santo temor a tu Palabra. Amén»

(Dt 4, 9-14)

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