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En el sufrimiento familiar acudir a Dios

La lectio divina es una manera de acercarse a la Palabra de Dios para que el Señor ilumine nuestra inteligencia, nos haga descubrir su mensaje en su Palabra, convierta nuestros corazones y nos permita dirigirnos a Él formulando una oración. Para ello se siguen cuatro sencillos pasos: leer, meditar, contemplar y orar. Esta lectio divina pretende ser para ustedes lectores una ayuda para orar en familia. Hacerla juntos puede lograr que su hogar se convierta en escuela de escucha de la Palabra y morada de la misma.

Lectura:

Es importante leer juntos y de manera pausada la Palabra de Dios que se ha elegido para realizar la lectio divina. Un miembro de la familia puede leer en voz alta todo el salmo 73. Aquí se presentan algunos versículos significativos:

Pero yo estoy siempre contigo, me tomas de la mano derecha, me guías según tus planes, me conduces tras la gloria. ¿A quién tengo yo en el cielo? Estando contigo no hallo gusto en la tierra. Aunque se consuman mi cuerpo y mi mente, tú eres mi roca, mi lote, Dios por siempre. Los que se alejan de ti se pierden, aniquilas a los que te son adúlteros. Pero mi bien es estar junto a Dios, he puesto mi cobijo en el Señor a fin de proclamar tus obras.

Salmo 73, 23-28

Meditación:

Después de haber leído el salmo es bueno reflexionar en lo que dice el texto en sí mismo y lo que nos puede decir a cada uno de nosotros. Se pueden servir de estas breves reflexiones y preguntarse: ¿a mí que me dice el texto?

El salmo 73 afronta uno de los temas que han provocado más polémica a lo largo de la historia de la humanidad: el problema del mal. La cuestión del sufrimiento y el mal no es sólo una reflexión filosófica sino existencial. Todos los días nos encontramos con experiencias de dolor y sufrimiento. Estas experiencias las podemos estar viviendo nosotros mismos o la gente que queremos. ¿Qué nos dice la escritura acerca del mal? ¿Qué luz puede arrojar a nuestra vida para consolar nuestro dolor?

 El salmo 73 nos acerca a la realidad del sufrimiento e intenta dar respuesta al misterio del mal. Primero presenta una crítica a la tesis de la teología tradicional de la retribución. Ella indica que el justo recibe bienes por parte de Dios y el malvado males. Sin embargo, ante el sufrimiento del justo el teólogo se pregunta: ¿es verdad que el justo en esta vida sólo recibe bienes? ¿por qué sufre el bueno? Esta también es una pregunta que puede surgir en nuestro interior: ¿por qué sufre el inocente? ¿por qué si Dios es bueno permite tanto dolor y sufrimiento? ¿qué hemos hecho para merecer este castigo?

 Es así como el salmo 73 que acabamos de leer inicia manifestando cómo al malvado le va bien, prospera, no tiene congojas, su cuerpo está sano, no comparten las penas de los hombres, no pasa tribulaciones, está tranquilo y acumulando riquezas. El salmista llega a decir que en vano se ha esforzado por ser bueno. Si a pesar de su buena conducta sigue sufriendo ¿de qué sirve entonces esforzarse por ser justo y bueno?

 El cambio de tono en el salmo se encuentra en el v. 17 en el que el salmista reconoce que cambió su modo de ver la vida hasta que entró en el santuario de Dios. Esto quiere decir, hasta que entró en contacto con el Dios vivo. Él estaba buscando una respuesta teórica al problema del mal y el sufrimiento pero se dio cuenta que la única manera de entender el misterio del mal es a través de la relación de intimidad con el Señor. Podemos preguntarnos: ¿cuándo sufrimos acudimos a Dios? ¿nos quedamos solo enlistando nuestros dolores y quejándonos de ellos? ¿solo vemos a nuestro alrededor y nos comparamos con los bienestares de los demás? ¿o buscamos a Dios?

El salmista descubre que el sufrimiento no se va a quitar de su vida y que los malvados seguirán prosperando en este mundo pero que él no está solo. Dice con sencillez: «Yo estoy siempre contigo». Esta experiencia de intimidad es lo que permite al justo vivir su vida con alegría a pesar del dolor. Siente la presencia del Dios bueno que lo toma de la mano, lo guía según sus planes y lo conduce tras su gloria. De aquí brota su paz en medio de los más grandes dolores. Tiene a Dios y eso le basta. Descubre que, en la intimidad con Dios, su vida está sostenida sobre una roca. Dios es su roca. ¿Nosotros experimentamos esta presencia? ¿Es Dios nuestro guía y nuestra roca?

El salmo termina con estas palabras: «Mi bien es estar junto a Dios». Con esto el teólogo nos invita a no centrarnos en nuestros males sino que ir al encuentro de Dios que es nuestro bien. Es así como le da respuesta al problema del mal. El mal y el sufrimiento siguen siendo un misterio, especialmente aquel que padece el justo. Pero la solución a este problema no es teórica sino experiencial. Es saber que Dios, nuestro Padre, nos introduce a su santuario, a su presencia, para ser nuestro consuelo.

Contemplar:

Al haber meditado este salmo es importante propiciar un momento de oración personal en donde permitimos que, a través de la gracia, lo que hemos comprendido con nuestra inteligencia se vuelva una realidad en nuestra vida. Cerremos los ojos, abramos nuestro corazón y dejemos que Dios nos introduzca en su santuario, nos llene con su presencia. Dejemos que Él nos tome de la mano, nos guíe, nos conduzca, sea nuestra roca. No queramos entender las razones de tanto dolor y de tanto sufrimiento. Permitamos, más bien, que el Dios bueno nos llene con su intimidad que es consuelo. Así nuestra respuesta al mal será: Dios está junto a mi, ese es mi bien dentro de tanto dolor.

Oración:

Después de este espacio de silencio en donde cada uno permitió que Dios actuara en su interior es bueno dirigir todos juntos esta oración a Dios:

«Padre bueno, el dolor y el sufrimiento han invadido nuestra vida, nuestra historia y nuestro hogar. Vemos a nuestro alrededor y parece que los malos perseveran y nosotros buenos perecemos. Sal a nuestro encuentro Señor, sal a nuestra ayuda. Permítenos entrar en tu santuario y morar contigo. Necesitamos de tu amor que es roca sólida sobre la que construimos nuestra vida. Te suplicamos, en nuestro dolor, sé tu nuestro bien. Amén»

(Salmo 73)

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