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Educar a los hijos con sabiduría

La lectio divina es una manera de acercarse a la Palabra de Dios para que el Señor ilumine nuestra inteligencia, nos haga descubrir su mensaje en su Palabra, convierta nuestros corazones y nos permita dirigirnos a Él formulando una oración. Para ello se siguen cuatro sencillos pasos: leer, meditar, contemplar y orar. Esta lectio divina pretende ser para ustedes lectores una ayuda para orar en familia. Hacerla juntos puede lograr que su hogar se convierta en escuela de escucha de la Palabra y morada de la misma.

Lectura:

Es importante leer juntos y de manera pausada la Palabra de Dios que se ha elegido para realizar la lectio divina. Un miembro de la familia puede leer en voz alta:

También he visto otro acierto bajo el sol, y grande a juicio mío: Una ciudad chiquita, con pocos habitantes. Llega un gran rey y le pone cerco, levantando frente a ella potentes empalizadas. Se encontraba en ella un hombre pobre y sabio, que pudo haber salvado a la ciudad gracias a su sabiduría, ¡pero nadie paró mientes en aquel pobre! Y yo me digo: Más vale sabiduría que fuerza; pero la sabiduría del pobre se desprecia y sus palabras no se escuchan. Mejor se oyen las palabras sosegadas de los sabios que los gritos del soberano de los necios. Más vale sabiduría que armas de combate, pero un solo yerro echa a perder mucho bueno.

Qoh 9, 13-18

Meditación:

Después de haber leído el texto es bueno reflexionar en lo que dice el texto en sí mismo y lo que nos puede decir a cada uno de nosotros. Se pueden servir de estas breves reflexiones y preguntarse: ¿a mí que me dice el texto?

Eclesiastés o Qohélet es uno de los libros de la Biblia en el que se recoge la sabiduría del pueblo de Israel. Esta sabiduría contiene todos los elementos que eran parte de la vida de la comunidad. Se hacen reflexiones sobre la religión, sobre la vida justa, sobre la vida social, sobre la familia, etc. Es por eso que los textos de la sabiduría nos pueden ayudar a hacer una reflexión a la luz de la Palabra para ver cómo vivimos en familia. En este caso el libro de Qohélet nos instruye sobre el modo en que se puede educar a los hijos con sabiduría.

 El sabio lo hace a través de contrastes. Para comprenderlos mejor se van a analizar uno por uno para sacar una enseñanza para la educación de nuestros hijos. Lo primero que se encuentra es una comparación entre una ciudad chiquita con pocos habitantes y un rey que al contrario de los habitantes es grande y construye una fortaleza que, distinto a la ciudad, es grande también. El autor, al presentar esta primera idea, conduce al lector a la conclusión de que la sabiduría estará ligada a la grandeza del rey y a la fortaleza. Pero hace lo contrario. Nosotros también nos podemos preguntar ¿qué le estoy enseñando a mis hijos?, ¿para ellos quién es el más fuerte?, ¿el que es grande?, ¿el que tiene poder?, ¿el que tiene autoridad?

 Las siguientes ideas que presenta el teólogo de Eclesiastés: «más vale sabiduría que fuerza… más vale sabiduría que armas de combate» recogen la idea de fuerza y de guerra que se puede relacionar con el rey y la muralla grande antes mencionados. En la antigüedad la ciudad tenía una fortaleza precisamente para protegerse del enemigo. Esto era considerado sabio (cf Prov 25, 28). Qohélet presenta lo contrario. Ya no es la fuerza o las armas de combate lo que hace a uno sabio. El autor hace ver que la sabiduría puede estar incluso en el hombre pobre que nadie considera. En nuestro hogar ¿cuáles son las “armas” que se utilizan para educar, para convencer, para guiar hacia el camino recto? ¿Es a caso la sabiduría del sencillo, del humilde, del bondadoso de corazón?

Por último, el autor de Qohélet nos ilustra con una idea que puede iluminar el modo en que educamos a nuestros hijos. Presenta la imagen de las palabras que son escuchadas o no. Nosotros deseamos que nuestros hijos escuchen nuestras palabras, nuestros consejos y que los apliquen en sus vidas. Pero podemos preguntarnos ¿cómo les dirigimos estas palabras para que realmente sean significativas en sus vidas? ¿Lo hacemos de manera sosegada, como nos dice el autor? ¿o lo hacemos alzando la voz? El sabio nos dice: «Mejor se oyen las palabras sosegadas de los sabios que los gritos del soberano».

 Con esto el teólogo nos está queriendo decir que las palabras que son calmadas, y que no se refieren a la fuerza, son escuchadas. En cambio los gritos, que manifiestan una supuesta fortaleza, no son escuchadas. Las primeras son dichas por los sabios que en este texto son los pobres y que podemos comprenderlo como los sencillos, los humildes, los que no son altaneros. Y las segundas son dichas por los gobernantes necios que podría parecer que son los que más influencia tienen sobre los demás por su autoridad pero que por su forma de hablar dejan de ser una autoridad moral.

Contemplar:

Al haber meditado este texto de la sabiduría es importante propiciar un momento de oración personal en donde permitimos que, a través de la gracia, lo que hemos comprendido con nuestra inteligencia se vuelva una realidad en nuestra vida. Cerremos los ojos, abramos nuestro corazón y dejemos que Dios cambie nuestros criterios. Que nos haga vivir de su sabiduría. Que comprendamos que el más grande y el más fuerte no siempre es el más sabio. Que cambie nuestro corazón para que las armas que utilicemos para educar a nuestros hijos sean siempre de paz y de comunión. Que nuestras palabras sean fruto del amor y que sean pronunciadas con sosiego con calma y evitando alzar la voz y herir a nuestros hijos.

Oración:

Después de este espacio de silencio en donde cada uno permitió que Dios actuara en su interior es bueno dirigir todos juntos esta oración a Dios:

«Señor tu eres Padre, enséñanos a ser padres bondadosos con nuestros hijos. Que no pensemos que en la autoridad y en la fuerza va a estar el poder para educarlos. Más bien haznos comprender que en el camino de la sencillez de corazón y la humildad se encuentra la senda para una educación según tu sabiduría. Que siempre prevalezca el amor en el hogar, la calma y el sosiego antes que la fuerza y el mal hablar. Danos Señor tu corazón de Padre. Amén»

(Qoh 9, 13-18)

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