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¿Por qué el justo sufre?

La lectio divina es una manera de acercarse a la Palabra de Dios para que el Señor ilumine nuestra inteligencia, nos haga descubrir su mensaje en su Palabra, convierta nuestros corazones y nos permita dirigirnos a Él formulando una oración. Para ello se siguen cuatro sencillos pasos: leer, meditar, contemplar y orar. Esta lectio divina pretende ser para ustedes lectores una ayuda para orar en familia. Hacerla juntos puede lograr que su hogar se convierta en escuela de escucha de la Palabra y morada de la misma.

Lectura:

Es importante leer juntos y de manera pausada la Palabra de Dios que se ha elegido para realizar la lectio divina. Un miembro de la familia puede leer en voz alta todo el salmo 73. Aquí se presentan algunos versículos significativos:

«Así son los malvados: siempre seguros, acumulan riquezas… Y dije: ¿para qué he limpiado yo mi corazón y he lavado en la inocencia mis manos?… Hasta que entré en el santuario de Dios, y comprendí el destino de ellos… Pero yo siempre estaré contigo, tú agarrarás mi mano derecha… ¿No te tengo a ti en el cielo? Y contigo, ¿qué me importa la tierra?… Dios es la roca de mi corazón… Para mí lo bueno es estar junto a Dios» Sal 73, 12.13.17.23.26.28

Meditación:

Después de haber leído el salmo es bueno reflexionar en lo que dice el texto en sí mismo y lo que nos puede decir a cada uno de nosotros. Se pueden servir de estas breves reflexiones y preguntarse: ¿a mí que me dice el texto?

 A veces surge en nosotros esta pregunta: ¿Por qué el justo sufre? ¿Por qué si hemos intentado ser buenas personas en nuestra relación con Dios y con los demás nos suceden tragedias? ¿Dónde está Dios entre tanto dolor? El salmista se hace esta misma pregunta. Quizá la respuesta que encuentra a este interrogante nos puede ayudar a responderla en nuestra propia vida.

El salmo inicia del versículo 2 al 12 describiendo cómo a los malos e impíos siempre les va bien. No puede entender por qué si es justo las cosas le salen mal. En cambio los malos parece que prosperan y que en esta vida acumulan riquezas. Así es como podemos ver nosotros también la sociedad. Intentamos llevar una vida recta y parece que las cosas nos acaban saliendo mal. Y en cambio vemos a gente que roba o es corrupta y parece que su vida es mucho mejor que la nuestra. 

 Y entonces nos puede surgir esta pregunta: ¿para qué esforzarse? ¿para qué buscar el bien con tanto esfuerzo si al final parece que al que le va bien es al que hace las cosas mal? Nos podemos identificarnos con las palabras del salmista: «¿para qué he limpiado yo mi corazón y he lavado la inocencia de mis manos? ¿para qué aguanto yo todo el día y me corrijo cada mañana?»

 Estos sentimientos y estos interrogantes son lícitos. Pero ¿qué respuesta obtiene el sabio? El sabio intenta entender por qué Dios permite que los justos sufran y que los malos no. Y al inicio no encuentra respuesta: «meditaba yo para entenderlo porque me resultaba muy difícil». Pero algo cambia en su interior. El texto dice que entró en el santuario de Dios y comprendió el destino de los malos. Es decir, le cambió la perspectiva cuando se puso en oración. Entrar en el santuario significa estar en la presencia de Dios. Es acudir a Él en busca de respuestas. Es presentarle al Señor nuestras inquietudes y dejar que Él nos responda a través del don de su Espíritu.

 Entonces, al estar en la presencia de Dios, el salmista se da cuenta que al malvado “parece” que le va bien pero es solo una apariencia. En el fondo el malvado está caminando por un camino que no conduce a ningún lugar. El mal que comete es su propia desgracia. Podría parecer que tiene bienes materiales o triunfos humanos pero internamente ese camino le está haciendo daño. 

 ¿Y el justo? ¿Cómo entender el sufrimiento del justo? Ya hemos notado que el malo piensa que tiene una vida de riquezas y bienes pero esa felicidad es efímera. Y qué decir entonces del justo. El justo sufre, nosotros sufrimos, nuestros familiares sufren. ¿Qué nos dice el Señor al respecto?

 La respuesta del salmista es conmovedora. Se hace esta reflexión: «¿No te tengo a ti en el cielo? Y contigo, ¿qué me importa la tierra?». Se da cuenta que la alegría del justo, a pesar del sufrimiento, es estar cerca del Señor. El sufrimiento sigue siendo un misterio. No entiende por qué le suceden ciertas cosas. Y la respuesta que encuentra es que en el dolor no está solo. Que Dios está con él en las más duras pruebas.

 Entonces le llega la paz y en cierto sentido el gozo y exclama: «para mí lo bueno es estar junto a Dios, hacer del Señor mi refugio». Esto es también nuestro gozo. En medio de tantas penas y dolores familiares tenemos una esperanza: el Señor es nuestro refugio, el Señor es nuestra roca. Es por eso que nada tememos. Los malvados pueden tener riquezas materiales pero nuestra riqueza es el Señor.

Contemplar:

Al haber meditado este salmo es importante propiciar un momento de oración personal en donde permitimos que, a través de la gracia, lo que hemos comprendido con nuestra inteligencia se vuelva una realidad en nuestra vida. Cerremos los ojos, abramos nuestro corazón y dejemos que Dios nos acompañe en nuestro sufrimiento. Permitámosle entrar en lo profundo del corazón para que sea consuelo, refugio y roca de nuestra vida y la de toda nuestra familia.

Oración:

Después de este espacio de silencio en donde cada uno permitió que Dios actuara en su interior es bueno dirigir todos juntos esta oración a Dios:

«Dios bueno, en nuestra vida hay dolor y sufrimiento. Viene al interior la pregunta: ¿por qué si buscamos ser buenos y hacemos el bien sufrimos? Sabemos que el sufrimiento es un misterio pero al menos acompáñanos en el dolor. No nos dejes solos. Tenerte a ti sea nuestro mayor gozo y estar junto a ti nuestro consuelo. Amén»

(Sal 73)

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