Orar para asimilar una enfermedad grave
Una de las pruebas más grandes en la vida es cuando en un segundo nos cambia radicalmente el rumbo al escuchar de parte de un doctor que tenemos una enfermedad grave. La vida que nos parecía un horizonte sin fin de repente se ve completamente limitado. ¿Cómo orar en estas circunstancias? ¿Cómo elevar una oración a Dios cuando nos han dado una noticia tan abrumadora? ¿Cómo afrontar la vida con esta nueva perspectiva?
LA DURA EXPERIENCIA DE LA LIMITACIÓN
Lo primero con lo que nos encontramos cuando hemos recibido la noticia de una enfermedad grave es la dura experiencia de la limitación. Nosotros que creíamos que todo lo podíamos, que nos sentíamos seguros y que controlábamos nuestro presente y nuestro futuro vemos que no es así. Se desmorona nuestra seguridad y sentimos que no tendremos fuerzas para afrontar este momento. La inseguridad, la incertidumbre y el miedo invaden nuestra vida.
A veces ni siquiera podemos orar. Es como si una nube negra invadiera nuestra alma y nuestros pensamientos. Sabemos que al único que podemos acudir es a Dios pero cómo. Es ahí, en ese momento límite, en donde estamos invitados a abandonarnos. Dios nos pide que confiemos en Él, que pongamos en sus manos de Padre nuestro presente y nuestro futuro. ¿Cómo podemos hacer esta oración?
LA NECESARIA ACEPTACIÓN
El primer paso para podernos abandonar en Dios es la aceptación de nuestra condición de fragilidad. Al ser humano le gusta controlar su vida, ser capaz de llevarla adelante por si solo, no le gusta necesitar de los demás. Sin embargo, cuando el hombre toca su debilidad a través de una enfermedad se enfrenta a una de las más duras y necesarias experiencias. Esa experiencia le lleva a aceptar que necesita ayuda. Necesita de los demás y sobre todo necesita de Dios. Aceptar su condición de fragilidad le permite abandonarse en Dios. Solo el que acepta la ayuda del otro, solo el que se sabe necesitado y dependiente puede descansar en Dios.
San Pablo expresa con una imagen esta experiencia de limitación. Relata que tiene en su interior un aguijón y que le pide a Dios que se lo quite. Nosotros, cuando recibimos la triste noticia de tener una enfermedad grave también deseamos que sea apartada esta dolorosa carga, esta dolorosa cruz. Y entonces escuchamos en el corazón esas palabras del Señor puestas por escrito por San Pablo: «Te basta mi gracia porque mi fuerza se manifiesta en la debilidad» 2Cor 12, 9.
Así puede comenzar nuestra oración de abandono en Dios. Cuando nos abrume la tristeza, la incertidumbre, la inseguridad y el dolor repitamos estas palabras. En lo más profundo del corazón, en la intimidad con el Señor, digamos con fe: «Tu gracia me basta Señor, dame tu gracia».
EL ABANDONO EN EL PADRE
Esta actitud de aceptación de la propia fragilidad tendrá como consecuencia una de las experiencias más hermosas que es la filiación. Quien se sabe necesitado y dependiente, en el fondo se sabe hijo. Necesita de un Padre bueno que lo coloque entre sus brazos, lo abrace y le diga al corazón: «Todo va a estar bien, yo estoy contigo».
Cuando nuestro dolor supera nuestra posibilidad de orar es bueno hacer una oración sencilla en la que nos visualizamos abrazados y sostenidos por Dios. Ayuda pensar en las manos del Padre en las que nos cobijamos siendo nosotros tan pequeños. Esta oración es simplemente introducirse en el amor de Dios y dejarse amar por Él. Es sentirse protegidos y arropados por el calor del corazón de Dios.
SUPLICAR UN MILAGRO
Cuando recibimos la noticia sobre una enfermedad grave la primera experiencia que estamos llamados a hacer es la de la aceptación. Dios nos invita a aceptar que somos frágiles, que no todo está en nuestras manos, que no lo podemos controlar. Lo segundo es hacer una oración de abandono en el corazón del Padre. Es repetir una y otra vez: «Jesús en ti confío». Estos dos momentos son los más importantes. En Dios tenemos nuestra seguridad y nuestra paz. Sin embargo, el Evangelio nos ha enseñado que podemos acudir a Jesús para obtener de Él el milagro de la sanación.
Dios nos invita a pedirle un milagro. El texto bíblico nos dice que: «nada es imposible para Dios» Lc 1, 37. Es por eso que con humildad, sencillez y confianza en el Señor hay que pedirle el milagro. Para ello es necesario habernos abandonado. Al abandonarnos en Dios tenemos una “santa indiferencia”. Esto no significa que no queremos ser curados, al contrario, lo deseamos desde lo más profundo del corazón. Más bien significa que es más importante para nosotros el sabernos en los brazos del Padre que la curación en si misma. Dios que es nuestro Padre sabrá concedernos lo que necesitamos.
Abandonados en Dios nuestra petición será muy confiada. Es la petición de un milagro sabiendo que el Padre sabe qué va a ser lo mejor para nosotros. Esto no disminuye nuestra intensidad en la súplica. Suplicar a Dios nos hace unirnos cada vez más a Él y esto ya es un fruto en si mismo. Nos unimos a Él y le pedimos, desde lo profundo de nuestra alma, que vea nuestro dolor e intervenga en nuestra historia.
Podemos utilizar estas palabras para pedir a Dios que nos conceda el milagro de la curación:
Padre de bondad, confío en ti. Vengo ante tu presencia de Padre para suplicarte que me enseñes a aceptar esta dura prueba de la enfermedad. Me siento incapaz de llevar este dolor solo. Me invade la tristeza, la incertidumbre, el miedo y el dolor. Te pido que vengas a llenar de luz esta oscuridad que estoy viviendo. Quiero abandonarme en tus brazos y sentirme abrazado y protegido por ti. Introducido a tu corazón de Padre y sostenido por ti quiero pedirte la curación. Cúrame Señor de esta enfermedad, concédeme la salud. En ti confío y se que nada es imposible para ti. Por eso acudo con la humildad y confianza de hijo para que me des salud y vida. Dios mío en ti confío, Amén.