La dicha de meditar en familia la Palabra de Dios
La lectio divina es una manera de acercarse a la Palabra de Dios para que el Señor ilumine nuestra inteligencia, nos haga descubrir su mensaje en su Palabra, convierta nuestros corazones y nos permita dirigirnos a Él formulando una oración. Para ello se siguen cuatro sencillos pasos: leer, meditar, contemplar y orar. Esta lectio divina pretende ser para ustedes lectores una ayuda para orar en familia. Hacerla juntos puede lograr que su hogar se convierta en escuela de escucha de la Palabra y morada de la misma.
Lectura:
Es importante leer juntos y de manera pausada la Palabra de Dios que se ha elegido para realizar la lectio divina. Un miembro de la familia puede leer en voz alta:
Dichoso el hombre que no sigue consejos de malvados ni anda mezclado con pecadores ni en grupos de necios toma asiento, sino que encuentra su agrado en la Torah del Señor, meditando su ley día y noche. Será como árbol plantado junto a un canal, da fruto en su tiempo, su hoja no se marchita. Todo cuanto emprende prospera.
Salmo 1, 1-3
Meditación:
Después de haber leído el texto es bueno reflexionar en lo que dice el texto en sí mismo y lo que nos puede decir a cada uno de nosotros. Se pueden servir de estas breves reflexiones y preguntarse: ¿a mí que me dice el texto?
El salmo 1 abre el salterio con una importante palabra: «Dichoso». Todos buscamos en nuestra vida y en nuestro hogar la dicha, la felicidad, la plenitud. Es como si el salmista nos estuviera diciendo: ¿quieres ser feliz? Lee el salterio, en él encontrarás el camino de la felicidad. Esta palabra también se puede traducir por «bienaventurado». Este término nos recuerda las bienaventuranzas que Jesús presenta en los evangelios (se puede consultar Mt 5, 3-12). Así como el salmista, El Señor propone un camino de dicha al seguir las bienaventuranzas.
Lo primero que hace el salmista es advertir sobre lo que no es la dicha, es decir, sobre el contacto con los malvados, pecadores o necios. A lo largo del salmo el autor hace ver que la amistad, el consejo o las alianzas con personas que no van por un camino recto no nos llevará a la felicidad.
Entonces ¿qué camino propone el salmista? El autor del salmo nos invita a encontrar nuestro agrado en meditar la Torah del Señor. La Torah puede ser considerada en primer lugar como la ley del Señor. Pero esta ley no tiene una connotación negativa, punitiva. No limita o restringe la vida sino que más bien asegura y garantiza la vida. Vivir según la Torah, ley, del Señor es la verdadera sabiduría que conduce a la felicidad. Así también en nuestra vida y en nuestro hogar. Nos puede ayudar pensar ¿por qué ley nos regimos? O ¿qué ley les enseñamos a nuestros hijos? ¿Es una ley que da vida, basada en el amor, en la fe en Dios?
La Torah no es solo la ley sino que también, para los hebreos, era el texto que recogía toda la historia de amor de Dios con su pueblo. La Torah para nosotros los cristianos es la Biblia, la Palabra de Dios. Ahí nosotros encontramos la revelación de cuánto Dios nos ha amado. Es por eso que el salmista a demás de invitar a seguir la ley del Señor, aconseja meditar la Torah, Palabra, del Señor noche y día. Esta expresión en el hebreo puede traducirse por «siempre».
Y esta Palabra de Dios la meditamos porque es para nosotros guía. Así lo vivió también el pueblo de Israel en el Éxodo. Cuando estaban en el desierto no tenían físicamente un rollo de la Torah para poder ser guiados por ella noche y día pero si tenían una columna de nube y fuego (cf Ex 13, 21). La Palabra de Dios es para nosotros esa nube y ese fuego, esa luz que guía y encamina nuestros pasos y los de nuestra familia. Podemos reflexionar ¿es la Palabra de Dios guía de nuestro caminar? ¿Criterio para educar a nuestros hijos? ¿Meditarla, dejarnos guiar por ella, nos provoca alegría?
Por último, el salmista presenta el fruto de una vida vivida según la Palabra de Dios. Nos dice que la persona que medita la Torah es como un árbol que está plantado junto a un canal. El canal es el agua que le da vida a ese árbol. La Palabra es para nosotros esa agua fresca que nos mantiene siempre vivificados. Si nos alejamos de esa agua progresivamente nuestro árbol, que es nuestra vida y nuestro hogar, se va quedando sin follaje. También dice que da fruto a su tiempo. A veces queremos que la Palabra de Dios de fruto en nosotros siempre y de manera palpable. Pero el salmista deja ver claro que tanto nuestra vida como la Palabra no dan fruto siempre sino que en su tiempo. Por eso hay que dejar que nuestra vida y nuestra familia se impregnen de la Palabra esperando que eventualmente de su fruto.
Finalmente el salmista nos dice que quien acoge esta Palabra de Dios todo cuanto emprende prospera. No porque la Palabra de Dios evita las dificultades de nuestra vida sino que porque la Palabra da sentido a todo lo que vivimos y hace que hasta lo que parece que no nos hace prosperar tenga un elemento positivo que nos haga crecer de manera personal o familiar.
Contemplar:
Al haber meditado este salmo es importante propiciar un momento de oración personal en donde permitimos que, a través de la gracia, lo que hemos comprendido con nuestra inteligencia se vuelva una realidad en nuestra vida. Cerremos los ojos, abramos nuestro corazón y dejemos que Dios nos haga vivir en la dicha de seguir su Ley que es vida. Y que nos permita que su Palabra entre en nuestro corazón y lo transforme. Así le concederemos hacer de nuestra vida y nuestro hogar un árbol frondoso colocado junto al río de su Palabra, que da fruto a su tiempo y que todo lo que emprende prospera. Dejemos que la Palabra sea nuestra dicha y nuestro gozo.
Oración:
Después de este espacio de silencio en donde cada uno permitió que Dios actuara en su interior es bueno dirigir todos juntos esta oración a Dios:
«Padre de bondad queremos ser dichosos, bienaventurados y felices. Hemos comprendido que el camino es seguir tu ley que es vida y meditar tu Palabra noche y día. Te pedimos Señor que nos enseñes a vivir en familia guiados e iluminados por tu Palabra. En ella te encontramos a ti, Jesús, Palabra del Padre, ven a morar en nuestra vida y en nuestro hogar. Amén»
(Salmo 1)