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¿Cómo descubrir la respuesta de Dios en la oración?

La necesidad de una respuesta en la oración

Cuando nos disponemos a orar, en el fondo, estamos buscando una respuesta. Queremos escuchar un mensaje de Dios, captar qué es lo que Él quiere de nosotros, entender el por qué de tantas cosas que nos pasan. Le preguntamos a Dios ¿Dónde está tu respuesta? ¿Dónde escucho tu voz? ¿Dónde descubro tu mensaje de amor? A nosotros, los cristianos, ¿dónde nos habla Dios?

Para orar lo primero que tenemos que hacer es presentarnos como somos, es decir, según nuestra situación existencia. Es abrir el corazón para dejar que Dios vea lo que hay ahí de felicidad, de preocupación, de inquietud, de gozo para que Dios responda. Este es el primer paso en la oración mostrar a Dios nuestra vida y el segundo es la respuesta de Dios.

La respuesta de Dios que se da en su Palabra

Dios responde al hombre que le busca, en primer lugar, en su Palabra. El Señor se ha querido revelar a lo largo de la historia. La historia de Israel, la historia de la humanidad y en nuestra historia. La revelación ha sido plasmada en la escritura. Ahí el pueblo expresó la historia de amor de Dios con ellos. Ahí la humanidad encontró la revelación del amor de Dios hacia ella. Y ahí encontramos nosotros, en lo concreto de nuestro hoy, la revelación del amor de Dios a nuestra alma y todas sus respuestas.

La Sagrada Escritura es esa voz de Dios que resuena como eco a lo largo de la historia. Es ahí donde podemos encontrar un mensaje también para nosotros. La Iglesia nos presenta diariamente un alimento para nuestra alma en la liturgia del día. Todos los días tenemos ese privilegio de poder ser iluminados por Dios a través de su Palabra. La liturgia de cada día es como ese maná que Dios daba a los israelitas en el desierto. Ellos no podían reservarse nada para el día siguiente ya que se llenaba de hongos. Es un modo en que el pueblo de Israel concebía su confianza en la providencia de Dios que al día siguiente les iba hacer descender el maná para ellos (cf. Ex 16, 4-21). Así es la liturgia de todos los días. Es ese alimento que Dios nos da y debemos confiar que mañana también nos dará más pan para poder afrontar nuestro día.

¿Cómo acercarse a la Palabra de Dios?

Es bueno considerar cómo nos debemos acercar a la Palabra de Dios. A veces pensamos que es casi como magia. Que le preguntamos algo a Dios, abrimos la Biblia al azar, y eso que aparece es la respuesta de Dios. No es así como nos debemos acercar a la Palabra ya que Dios al manifestarse en su palabra no lo hace para dar consejos o soluciones prácticas a los problemas. La acción de la Palabra es mucho más profunda. Va penetrando poco a poco el corazón del creyente hasta llegar a la raíz de su ser y construir desde sus cimientos su vida desde la Palabra. Por eso más que una respuesta teórica, la Palabra es la acción de Dios en nosotros.

Considerar la Palabra como una manifestación dinámica de Dios es saber que Dios cuando habla a través de su Palabra, ama. Dios se da a sí mismo a través de ella. No nos revela conceptos sino que se revela a sí mismo, se entrega, se comunica, se da. La Palabra es Cristo mismo. Dios quiso pronunciar una palabra de amor a los hombres y habló en Cristo (cf. Hb 1, 1-2). Concebir la Palabra desde esta perspectiva nos hace reflexionar sobre nuestra escucha. La escucha de la Palabra no es tener los oídos de la mente abierta para entender el mensaje sino que hay que tener los oídos del corazón para acoger a Dios que se nos da en su Palabra.

La acogida de la Palabra viva y eficaz

Al presentar al Señor nuestra situación existencial esperando de Él una respuesta en su Palabra hay que tener una actitud de acogida para que esas palabras humanas, leídas o pronunciadas, sean Palabra divina en nuestro corazón. ¿Qué significa que sean Palabras divinas? Son palabras que, como nos dice la escritura, son vivas y eficaces (Hb 4, 12).

En primer lugar la Palabra es viva porque tiene una actualidad. Aunque fue escrita o dicha hace más de dos mil años tienen una fuerza en el presente. Dios ha entrado en nuestra dimensión temporal a través del Verbo encarnado y nos ha hecho capaces, en Jesús, de entrar en la dimensión de su atemporalidad. Las palabras de vida pronunciadas por Jesús hace dos mil años son presente en la eternidad de Dios. Nosotros vivimos, ya en esta tierra, esa dimensión a temporal en la relación con Dios. Es por eso, que las palabras de la Sagrada Escritura nos pueden seguir hablando y tienen un mensaje actual para nosotros.

En segundo lugar la Palabra es eficaz. La Palabra nos transforma en la misma palabra que acogemos. Esto significa que la Palabra tiene una fuerza creadora y transformante. El “hágase” del génesis creó el universo (cf Gn 1, 3). Esa palabra de Dios que creó sigue creando en nuestro interior. Es por eso que al acoger esa palabra escita en la Escritura nuestro corazón se va haciendo semejante a esa Palabra. Va siendo creada y recreada por la Palabra. No sólo escuchamos esta frase: “nada es imposible para Dios” (Lc 1, 37) sino que Dios hace que nuestra actitud de vida sea la confianza de que nada es imposible para Él.

La respuesta de Dios: su obra en nosotros

Acoger la Palabra de Dios que se nos da es esa primera respuesta de Dios en la oración. Y hay una segunda respuesta. Dios responde al alma que lo busca en la oración obrando en él. La obra de Dios en nosotros es uno de los frutos más importantes de la oración. No es tan importante saber cosas sobre Dios sino que esas cosas que sabemos sobre Dios se realicen en nosotros. Por ejemplo, podemos saber que Dios es amor pero una cosa muy distinta es dejarnos amar por Él en un momento de oración. Podemos saber que Dios es nuestro Padre pero es mucho más grande tener una experiencia de su ternura paterna y por lo tanto sabernos hijo. En la oración hay que llegar a ese momento.

Dejar que Dios obre en la propia alma implica una oración sin miedo al silencio. A veces pensamos que orar es decirle muchas cosas a Dios y que Él nos diga muchas cosas. Hay que superar ese primer nivel de oración para llegar a orar disponiendo nuestra alma para que el Señor haga su obra en nuestro interior. Ahora bien, no es fácil permanecer mucho tiempo en oración sin decirle nada a Dios simplemente abriendo el corazón para que Él obre en nosotros. Por eso se proponen unas herramientas para permanecer un tiempo largo en oración permitiendo a Dios actuar en nosotros.

La Palabra operante en el corazón

La primera es aprovechar la Palabra que ya ha tocado al corazón. Esas frases hay que aprovecharlas en el momento en que estamos dejando que la acción de Dios se realice. Las podemos repetir varias veces y traer a la mente cuando nos hemos distraído para regresar a la oración. En el Evangelio se dice que “su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón” (Lc 2, 51). Así́ también nosotros. Es bueno aprender a rumiar la Palabra para dejar que vaya penetrando el corazón hasta convertirse en una verdad para nosotros. Así́, la Palabra se va haciendo una con nosotros y empezamos a pensar como la Palabra, decidir como la Palabra, actuar como la Palabra, ser la misma Palabra del Padre.

La posturas en la oración

Las posturas son la segunda herramienta. Somos una sola cosa y nuestro cuerpo también tiene un lenguaje. A veces, el lenguaje del cuerpo es más potente que el de las palabras. Cuando entramos en contacto con Dios, ayuda también utilizar posturas que sean acordes con el tipo de oración. Si pedimos algo a Dios, podemos abrir nuestras manos como gesto de súplica; si queremos pedirle perdón, nos podemos postrar ante Él; si deseamos entregarnos a Él, podemos abrir las manos y presentarlas a Dios; cuando lo alabamos, elevamos nuestras manos hacia Él. El cuerpo nos dispone para mantenernos en silencio dejando que Dios actúe en nosotros. 

La oración de pocas frases

En tercer lugar, ayuda repetir pocas frases. Frases espontáneas que broten del corazón y que acompañen el momento de la oración. “Señor, derrama tu gracia”, “Señor, concédeme tu misericordia”, “Dame tu paz”, “Padre mío, hazte presente en mi vida”, “Concédeme el don de experimentar tu ternura”, “Padre, ven a mi presencia”, “Padre, no me dejes huérfano”, “Ven, Espíritu, ven”, “Lléname con tu presencia”, “Úngeme”, “Habita en mí”. “Señor, aquí́ estoy para amarte”, “Señor, recibe mi corazón”, “Haz mi corazón semejante al tuyo”, “Dios mío, ten compasión de mí y de mis hermanos”, “Mira nuestro sufrimiento y apiádate de nosotros”, “Que tu fuerza venga a nosotros y nos salve”, “Creo en ti”, “Creo que estás aquí́”, “Aunque no te vea, sé que habitas en mí”, “Señor, te amo”, “Eres lo más grande que poseo”, “Déjame vivir en ti y para ti siempre”, “Déjame ser una sola cosa contigo”. Las frases sencillas nos hacen seguir el consejo del Señor cuando nos dice que cuando oremos no digamos muchas cosas porque el Padre ya sabe lo que necesitamos antes de que se lo pidamos (cf Mt 6, 7-8).

La función de la súplica y los actos de fe en la oración

Estas frases pueden ser tanto una súplica como un acto de fe. En la oración, cuando estamos dejando que Dios actúe en nosotros, la súplica asume una función muy importante. Es la voz que se eleva al Padre pidiendo que se realice todo lo que Él ha prometido en nosotros en ese momento. Los actos de fe también son esenciales para dejar que Dios realice su obra en nosotros. Hay que convertir la súplica en acto de fe. La fe en la obra de Dios es esencial para que Dios la pueda realizar. Es el modo en que nosotros permitimos a Dios, que se quiere entregar por entero al corazón del hombre, que se pueda dar al nuestro. Podemos decir con  firmeza: creo que me estás curando, que me estás transformando, que estás derramando tu Espíritu, que me estás amando, que me sostienes, que escuchas mi súplica. El acto de fe manifesta externamente lo que está sucediendo en el interior. Dios está actuando, eso es lo más importante.

Es así como Dios nos responde en la oración. Cuando presentamos a Él nuestra situación existencial hay que dejar espacio a su respuesta. Y su respuesta es en primer lugar su Palabra y en segundo su obra en nosotros. Pidamos al Señor que nos responda utilizando esta oración: “Señor Jesús necesito una respuesta, háblame Señor, manifiéstate Señor. No quiero las respuestas de los hombres, del mundo o mis propias respuestas. Quiero las tuyas. Las acojo como venidas de ti y las acepto porque en tu bondad me las has querido dar como gesto de tu amor a mi. Estoy sediento Señor y la respuesta que más busco es a ti. Sé tú la respuesta para mi vida. Amén”

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